44. Piper.

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Al principio, Presley pensó que, de verdad, iban a darle un tour a Piper. Sin embargo, Annabeth estaba sin ningún tipo de entusiasmo. Presley no podía culparla. Se había ilusionado tanto con traer a Percy de regreso...

Presley fue la encargada de hablarle a Piper de todas las maravillas que ofrecía el campamento, y Annabeth se encargó de explicarle una que otra cosa.

Mientras Presley hablaba y hablaba del campamento, tanto que se le estaba secando la boca, Annabeth se dedicaba a mirar a cualquier sitio, pensativa. Y, por su expresión, Presley sabía que estaba pensando en Percy, tratando de encontrar una explicación a su desaparición.

Las tres comenzaron a subir la colina suitada en las afueras del campamento. A mitad de camino, Piper se giró y contempló la maravillosa vista del valle. Absorbió cada detalle, como la gran extensión del bosque al noroeste, la playa preciosa, el arroyo, el lago con canoas, los exuberantes campos verdes y toda la distribución de las cabañas. Piper contó en total veintiuna cabañas en total.

—El valle está protegido de los ojos de los mortales —explicó Annabeth—. Como puedes ver, el clima también está controlado. Cada cabaña representa a un dios griego: un lugar para que vivan los hijos de cada dios.

Miró a Piper como si estuviera intentando evaluar cómo asimilaba la noticia.

—¿Estás diciendo que mi madre era una diosa?

Annabeth asintió.

—Te lo estás tomando con mucha tranquilidad.

—Hay un buen par que se desmayan —agregó Presley, sonriendo levemente.

Piper inspiró de forma temblorosa.

—Supongo que, después de esta mañana, es un poco más fácil de creer. Entonces, ¿dónde está mi madre?

—Dentro de poco deberíamos saberlo —dijo Annabeth—. Tú tienes… ¿cuántos años…? ¿Quince? Se supone que los dioses te reconocen cuando tienes trece años. Ese era el trato.

—¿El trato?

—El verano pasado tuvieron que jurar... Bueno, larga historia —soltó Presley, replanteándose el contarla completa—. El caso es que ahora tienen que reconocer a cada hijo semidios, apenas cumplan los trece años. A veces se... hacen los tontos —susurró Presley, y Annabeth no pudo evitar soltar una risita. La primera del día. Presley lució más que orgullosa por haberlo logrado—. Pero los terminan reconociendo.

—A ti debería pasarte lo mismo dentro de poco. Esta noche, en la fogata, seguro que tendremos una señal —le aseguró Annabeth.

Piper se preguntaba si le aparecería un gran martillo en llamas encima de la cabeza o, con la suerte que tenía, algo todavía peor. Un marsupial en llamas. Piper no sabía quién era su madre, pero no tenía motivos para pensar que fuera a enorgullecerse de reconocer a una hija cleptómana con montones de problemas.

—¿Por qué trece?

—Cuanto mayor te hagas —dijo Annabeth—, más se fijarán en ti los monstruos e intentarán matarte. Normalmente empieza en torno a los trece. Por eso mandamos protectores a los colegios para que los encuentren y los traigan al campamento antes de que sea demasiado tarde.

—¿Como el entrenador Hedge?

Annabeth asintió.

—Él es… era un sátiro: mitad hombre, mitad cabra. Los sátiros trabajan para el campamento buscando semidioses, protegiéndolos y trayéndolos en el momento oportuno.

—¿Qué ha sido de él? —preguntó—. Cuando subimos a las nubes… ¿desapareció para siempre?

—Es difícil de saber —Annabeth adoptó una expresión de dolor—. Los espíritus de la tormenta… son difíciles de combatir. Ni siquiera nuestras mejores armas, como el bronce celestial, los atraviesan a menos que los pilles por sorpresa.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora