25. La bendición de Gaia.

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—¡Por aquí! —gritó Rachel.

—¿Por qué habríamos de seguirte? —preguntó Annabeth—. ¡Nos has llevado a una trampa mortal!

—Era el camino que tenían que seguir. Igual que éste. ¡Vamos!

Annabeth no parecía muy contenta, pero siguió corriendo con todos los demás. Rachel parecía saber exactamente adonde se dirigía. Doblaba los recodos a toda prisa y ni siquiera vacilaba en los cruces. En una ocasión dijo «¡Agáchense!», y todos se agacharon justo cuando un hacha descomunal se deslizaba por encima de sus cabezas. Luego siguieron como si nada.

—¿Vamos a fingir que es bastante normal que un hacha casi nos cortó las cabezas? —preguntó Presley, intentando conseguir alguna reacción de los demás—. De acuerdo, sí... súper normal —terminó diciendo cuando nadie respondió, aunque podía deberse al hecho de que estaban muy centrados en seguir corriendo para poner distancia entre ellos y el ejército que los seguía.

Presley pronto perdió la cuenta de las vueltas que iban dando. No se detuvieron a descansar hasta que llegaron a una estancia del tamaño de un gimnasio con antiguas columnas de mármol. Percy se paró un instante en el umbral y agudizó el oído para comprobar si los seguían, pero no percibió nada. Al parecer, habían despistado a Luke y sus secuaces por el laberinto.

—¿Y la señorita O'Leary? —preguntó Presley, frunciendo el entrecejo—. Bonita —llamó en voz aguda, pero nada sucedió.

Presley suspiró. La señorita O'Leary no estaba. No estaba segura de cuando había desaparecido, ni sabía si se había perdido o si los monstruos la habrían encontrado. Se sintió mal, ella los había ayudado, y ellos simplemente habían corrido por sus vidas, importándoles poco o nada si iba tras ellos o no.

El muchacho que había combatido con Percy se desmoronó en el suelo.

—¡Están todos locos!

—Ja, lo dice como si no lo supiéramos —dijo Presley, cruzándose de brazos.

Él se quitó el casco. Tenía la cara cubierta de sudor.

Annabeth sofocó un grito.

—¡Ahora me acuerdo de ti! ¡Estabas en la cabaña de Hermes hace unos años! ¡Eras uno de los niños que aún no habían sido reconocidos!

Él le dirigió una mirada hostil.

—Sí, y tú eres Annabeth. Ya me acuerdo.

—¿Qué te pasó en el ojo?

Ethan miró para otro lado y dio la impresión de que aquél era un asunto del que no pensaba hablar.

—Tú debes de ser el mestizo de mi sueño —dijo Percy, y Presley recordó el sueño que ambos habían tenido—. El que acorralaron los esbirros de Luke. No era Nico, a fin de cuentas.

—¿Quién es Nico?

—No importa —replicó Annabeth rápidamente—. ¿Por qué querías unirte al bando de los malos?

Ethan la miró con desdén.

—Porque el bando de los buenos no existe. Los dioses nunca se han preocupado de nosotros. ¿Por qué no iba...?

—Claro, ¿por qué no ibas a alistarte en un ejército que te hace combatir a muerte por pura diversión? —le espetó Annabeth—. Jo, me preguntó por qué.

—Además, claro que Cronos se preocupa por ti —respondió Presley en tono burlón—. ¿Ya te invitó a tomar un cafecito o eso lo hace solo después de que matan a cien semidioses?

Ethan se incorporó con esfuerzo.

—No pienso discutir con ninguna de ustedes. Gracias por la ayuda, pero me largo.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora