State of Grace || Annabeth Chase

38. La cerda voladora.

Annabeth y Presley se quedaron a descansar en la habitación del hotel, aunque a ninguna le hacía mucha gracia.

Presley no dejaría salir a Annabeth y viceversa, así que ahora estaban acostadas en la cama, mirando al techo, hasta que Annabeth se acostó sobre su costado y miró a Presley.

—Hola —Presley se giró para mirarla y le sonrió. Annabeth rio por lo bajo.

—Hola —respondió, pero entonces borró cada rastro de diversión de su rostro—. Tenemos qué hablar.

Presley hizo una mueca ante sus palabras.

—¿Algo malo?

—No... sí... no sé.

—Dime entonces.

Presley la miró con atención.

—Sé que te preguntas por qué Hermes estaba tan furioso conmigo —comenzó Annabeth.

—Déjalo —le dijo Presley de inmediato—. Tienes que descansar.

—No, cállate —Annabeth la miró—. Te lo quiero contar —Annabeth tomó la mano de Presley y la miró a los ojos—. Siempre te quiero contar todo, y esto lleva rato que me atormenta.

Presley se quedó en silencio un momento, mientras Annabeth la miraba, como si estuviera esperando su permiso para hablar. Presley se llevó la mano de Annabeth a la boca y le dejó un beso en los nudillos.

—Dime entonces.

Annabeth suspiró.

—El año pasado Luke vino a verme a San Francisco.

Presley se sintió como si le hubieran dado un martillazo. La flecha que le habían clavado en el hombro le había dolido menos.

¿Acaso ella y Luke...?

—¿En persona? —preguntó Presley después de tragar saliva, casi que quería pedirle que mejor no le dijera nada—. Annie... ¿Luke estuvo en tu casa?

—Ocurrió antes de que bajáramos al Laberinto, antes de… —Se interrumpió, pero era obvio a qué se refería: antes de que se convirtiera en Cronos—. Vino con bandera blanca. Me dijo que sólo quería charlar cinco minutos. Parecía muy asustado, Presley —Presley cerró los ojos. Sabía que Annabeth siempre había tenido debilidad por Luke, pero no quería hablar de eso—. Me dijo que Cronos iba a utilizarlo para adueñarse del mundo. Me confesó que deseaba fugarse. Como en los viejos tiempos. Quería que me fuese con él.

Presley contuvo la respiración.

—Pero tú no...

—Por supuesto que no —le respondió Annabeth, casi molesta por su duda—. No me fiaba. Creí que era una trampa. Además… bueno, las cosas habían cambiado mucho desde los viejos tiempos. Le dije que no podía ser. Se puso como loco. Me dijo… que ya podía luchar con él allí mismo, en ese caso, porque era la última oportunidad que se me presentaría.

Presley abrió los ojos, encontrándose con la mirada color tormenta de Annabeth, que tenía la frente cubierta de sudor.

—Vale —dijo Presley en voz baja—. Ahora descansa un poco.

—No lo comprendes, Presley. Hermes tiene razón. Si me hubiera ido con él, quizá habría conseguido hacerle cambiar de opinión. O bien… Yo llevaba un cuchillo y él iba desarmado. Podría haberlo…

—¿Matarlo? —preguntó Presley—. Yo no quiero... no quiero ser brusca...

—¿Pero?

—No habrías podido —respondió, sin mirarla.