11. Nico Di Angelo, el hijo de Hades.

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Bajaron juntos del Olimpo. Annabeth, Julieth Grover, Percy y Presley. Era el viernes antes de Navidad, pero aún era temprano, así que las calles no estaban muy llenas.

—Jamás habría pensado que el Olimpo estaría en el Empire State —admitió Presley, mirando hacia el monumento, tratando de ignorar a Percy y a Julieth, que parecían no poder estar lejos del otro—. Pero es genial, creo.

Argos, el jefe de seguridad los recogió en el Empire State para llevarlos de vuelta al campamento. Había una ligera ventisca y la autopista de Long Island estaba casi desierta.

Mientras subían por la Colina Mestiza hasta el pino donde relucía el Vellocino de Oro —cuando Presley preguntó, Percy se encargó de contarle la, claramente, peligrosa aventura que había tenido con Annabeth y Julieth—.

A Presley le hubiese gustado ver a Thalia cuando llegaron. Pero no: no estaba. Había partido con Artemisa y las demás cazadoras en pos de una nueva aventura.

Quirón los recibió en la Casa Grande con chocolate caliente y sándwiches de queso. Grover se fue a ver a los demás sátiros para contarles de su extraño encuentro con la magia de Pan. Apenas una hora después, todos los sátiros del campamento corrían de un lado para otro, preguntando dónde estaba la cafetería más cercana.

Presley y los demás se quedaron un rato hablando con Quirón y con otros campistas veteranos: Beckendorf, Silena Beauregard y los hermanos Stoll. Incluso estaba Clarisse, de Ares, que ya había regresado de su misión secreta de reconocimiento —Presley no había sabido de eso hasta que Annabeth le respondió la pregunta de qué diablos le había pasado a la chica—. Clarisse tenía una cicatriz en la barbilla, y su cabello rubio estaba cortado al rape, muy irregular.

—Tengo noticias —masculló inquieta—. Malas noticias.

—Ya les contaré —les dijo Quirón con forzada jovialidad, interrumpiendo a Clarisse—. Lo importante es que han vencido. ¡Y que han salvado a Annabeth y a Julieth!

Annabeth le sonrió agradecida a Presley, pero ella simplemente desvió la mirada, sintiéndose culpable.

Ella no había vencido sola. Ni ella ni Percy habían vencido solos. Bianca se había sacrificado. Sin Zoë no hubieran pasado al dragón. La misión había sido un éxito por los sacrificios de ambas, sino, Presley tenía la desagradable sensación de que habría sido un fracaso.

—Luke está vivo —dijo Percy, de repente—. Annabeth tenía razón.

Ella se incorporó en su asiento.

—¿Cómo lo sabes?

Todos se le quedaron mirando.

—Bueno —dijo removiéndose, inquieta—. Si la batalla final ha de producirse cuando Percy cumpla dieciséis, al menos nos quedan dos años para resolver algunas cosas.

Presley pensó que con todo el asunto de «resolver algunas cosas», se refería más a que ese tal Luke tendría tiempo para redimirse. Ella no lograba entender cómo Annabeth podía querer cerca al tipo que la había dejado cargando el cielo, pero cada quién con sus relaciones interpersonales.

Quirón los miraba con expresión sombría. Sentado junto al fuego en su silla de ruedas, parecía viejo. De acuerdo, Quirón era viejísimo, pero, a pesar de tener sus buenos milenios, no solía aparentar más de treinta.

—Dos años pueden parecer mucho tiempo —dijo—. Pero no es más que un abrir y cerrar de ojos. Aún tengo la esperanza de que tú no seas la criatura de la profecía, Percy. Pero si lo eres, la segunda guerra de los titanes está a punto de comenzar. El primer golpe de Cronos será contra el campamento.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora