27. Cronos.

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Cuando entraron al laberinto, los túneles eran de tierra, que se fueron volviendo de piedra a medida que avanzaban. Los túneles giraban y se
ramificaban una y otra vez, tratando de confundirlos, pero Rachel no tenía problemas para guiarlos. Le dijeron que tenían que regresar a Nueva York y ella apenas se detenía cuando los túneles planteaban un dilema.

Rachel y Annabeth habían comenzando una interesante charla sobre arquitectura, de la que Presley, naturalmente, no entendía nada. Así que se retrasó unos pasos, caminando entre Percy y Nico, quienes estaban sumidos en un silencio incómodo.

—Gracias por venir a buscarnos —Percy rompió el silencio.

Nico entornó los párpados. Ya no parecía enfurecido como antes; sólo receloso y cauto, más que todo con Percy, alrededor de Presley parecía un poco más tranquilo.

—Te debía una por lo del rancho, Percy. Además... quería ver a Dédalo con mis propios ojos. Minos tenía razón, en cierto modo. Dédalo habría de morir. Nadie debería ser capaz de eludir la muerte tanto tiempo. No es natural.

—Es lo que tú has buscado todo el tiempo —comentó Percy—. Intercambiar el alma de Dédalo por la de tu hermana.

Presley le dio un codazo.

—Ese es un tema sensible —le susurró a Percy cuando Nico no respondió.

Nico caminó otros cincuenta metros antes de responder.

—No ha sido fácil, ¿sabes? Tener sólo a los muertos por compañía. Saber que jamás seré aceptado entre los vivos. Sólo los muertos me respetan, y es porque me tienen miedo.

—Podrías ser aceptado —aseguró—. Podrías hacer amigos en el campamento.

Él se le quedó mirando a Percy.

—¿De veras lo crees, Percy?

Percy no respondió. Probablemente pensaba en que Nico siempre había sido algo diferente, pero desde la muerte de Bianca se había vuelto casi... espeluznante. Tenía los ojos de su padre: ese fuego intenso y maníaco que te hacía sospechar que era un genio o un loco. Y la manera en que había fulminado a Minos y se había llamado a sí mismo el rey de los fantasmas... resultaba impresionante, desde luego, pero también intimidante.

—Bueno, me tienes a mí —soltó Presley después de unos segundos de silencio—. Es decir... compartimos nuestras papitas, eso es como sellar un pacto de amistad, ¿no te parece?

Nico no supo si realmente lo consideraba un amigo o si simplemente estaba diciéndolo para hacerlo sentir mejor. Percy, que había estado a punto de responder algo, se tropezó con Rachel, que se había detenido.

Se encontraban en una encrucijada. El túnel continuaba recto, pero había un ramal que doblaba a la derecha: un pasadizo circular excavado en la oscura roca volcánica.

—¿Qué pasa? —preguntó Presley con curiosidad.

Rachel examinó aquel túnel oscuro. A la débil luz de la linterna, su rostro se parecía al de uno de los espectros de Nico.

—¿Es éste el camino? —preguntó Annabeth.

—No —contestó Rachel, nerviosa—. En absoluto.

—Entonces, ¿por qué nos paramos? —preguntó Percy.

—Escucha —indicó Nico.

Presley notó una ráfaga de viento procedente del túnel, como si la salida estuviera cerca. Y percibió un olor conocido que me traía malos recuerdos.

—Eucaliptos —dijeron Percy y Presley a la vez.

—Como en California —agregó Percy.

El pasado invierno, cuando se enfrentaron a Luke y el titán Atlas en la cima del monte Tamalpais, el aire olía exactamente igual.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora