35. El sueño eterno de Manhattan.

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Cuando llegaron a la calle, se encontraron a la Señorita O’Leary, que parecía más que feliz con todos dormidos, mientras comía de un carrito de perritos calientes que había volcado. El dueño del carrito estaba hecho un ovillo en el suelo y dormía con su pulgar en la boca.

Argos los esperaba con sus cien ojos abiertos como platos. No les dijo nada... como siempre. Presley estaba comenzando a sospechar que tenía un ojo en la lengua o algo. Pero, aunque no dijo nada, su expresión dejó en claro que estaba atónito.

Percy le explicó lo que estaba pasando y que los dioses no tenían planeado pasarse a echarles una mano. Argos, disgustado, puso los ojos en blanco, lo cual a Presley le pareció curioso y un poco asqueroso de ver, hizo una mueca mientras veía a Argos poner los ojos en blanco, todos.

—Será mejor que vuelvas al campamento —le dijo Percy—. Defiéndelo lo mejor que puedas.

Argos lo señaló y alzó las cejas con expresión inquisitiva.

—Yo me quedo —respondió Percy a su pregunta silenciosa.

Argos asintió, como si la respuesta le pareciera satisfactoria. Miró a Annabeth y trazó un círculo en el aire con el dedo.

—Sí —dijo ella—. Ya va siendo hora.

—¿Qué te preguntó? —preguntó Presley en voz baja, junto a ella.

Argos revolvió en la trasera de su furgoneta, sacó un escudo de bronce y se lo entregó a Annabeth. Parecía normal y corriente: el mismo tipo de escudo redondo que utilizaban para capturar la bandera. Pero cuando Annabeth lo depositó en el suelo, su bruñida superficie metálica dejó de reflejar el cielo y los edificios circundantes y mostró la estatua de la Libertad… que no estaba cerca ni mucho menos.

—¡Wow! —Presley se inclinó para mirar mejor—. Es como... ¿es un escudo-webcam? ¿La venden en la tienda de souvenirs de la estatua de la Libertad?

—Una de las ideas de Dédalo —explicó Annabeth—. Conseguí que me lo hiciera Beckendorf antes de… —Le echó un vistazo a Silena—. Hum, en fin, el escudo desvía los rayos de sol o de luna procedentes de cualquier parte del mundo para crear un reflejo. Puedes ver literalmente cualquier objetivo que se encuentre bajo el cielo, siempre, eso sí, que lo toque la luz natural. Mira.

Todos se pusieron alrededor de Annabeth, mientras ella se concentraba. La imagen se movía y giraba muy deprisa al principio, y a Presley casi le daba vueltas la cabeza al mirarla. Primero mostró el zoo de Central Park, luego descendió por la calle Sesenta Este, pasó por Bloomingdale’s y dobló en la Tercera Avenida.

—¡Hala! —exclamó Connor Stoll—. Retrocede un poco. Enfoca ahí.

—¿Qué? —preguntó Annabeth, nerviosa—. ¿Has visto invasores?

—No, ahí, en Dy lan’s, la tienda de golosinas. —Miró a su hermano con una sonrisa—. Está abierta, colega. Y todos los dependientes dormidos… ¿Me lees el pensamiento?

—Uff, sí —Travis asintió con una gran sonrisa, entonces miró a Presley—. ¿Vienes con nosotros?

—¡Chicos! —los reprendió Katie Gardner, que sonaba igual que su madre, Deméter—. Déjense de bromas, esto es muy serio. ¡No van a saquear una tienda de golosinas en medio de una guerra!

—Perdón —musitó Connor, aunque no parecía muy avergonzado.

—Yo no iba, de todas formas —Presley le dio una palmada a Travis en la espalda—. No voy a dejar a Annie sola en plena guerra, tú entiendes —le dijo en voz baja y él asintió.

Annabeth pasó la mano frente al escudo y apareció otra imagen: la avenida Franklin Roosevelt y, al otro lado del río, el parque Lighthouse.

—Así podremos ver lo que pasa a lo largo de la ciudad —dijo—. Gracias, Argos. Espero que volvamos a vernos en el campamento… un día de éstos.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora