26. El rey de los fantasmas.

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Presley soltó una risa histérica.

—Por supuesto, y yo soy Michael Jackson —dijo sarcásticamente—. ¿Cuál quieres que te cante? ¿Thriller o Billie Jean?

—¡Pero tú no eres inventor! ¡Eres un maestro de espada! —exclamó Percy antes de que Quintus pudiese responderle a Presley.

—Soy ambas cosas —explicó Quintus—. Y arquitecto. Y erudito. Incluso escucho a Presley de vez en cuando... bueno, a Michael Jackson —Le sonrió a Presley antes de volver a fijar su mirada en Percy—. También juego al baloncesto bastante bien para un tipo que no empezó a practicar hasta los dos mil años de edad. Un verdadero artista debe dominar muchas materias.

—Eso es cierto —observó Rachel—. Yo pinto también con el pie, no sólo con las manos.

—¿Lo ves? —dijo Quintus—. Una chica muy dotada.

—Pero si ni siquiera te pareces a Dédalo —protestó Percy—. Lo he visto en sueños y...

—Y él... —Presley siguió, balbuceando—. No...

De repente se le ocurrió algo imposible.

—Sí —dijo Quintus—. Por fin han adivinado la verdad.

—Eres un autómata. Te construiste un cuerpo nuevo —dijo Presley, y Percy asintió, mostrando que pensaba lo mismo—. Vaya, lo conseguiste.

—Presley —intervino Annabeth—, no es posible. Eso... eso no puede ser un autómata.

Quintus rio entre dientes.

—¿Sabes qué quiere decir quintus, querida?

—«El quinto», en latín. Pero...

—Este es mi quinto cuerpo. —El maestro de espada extendió el brazo, se apretó el codo con la mano y una tapa rectangular se abrió como un resorte en su muñeca. Debajo zumbaban unos engranajes de bronce y relucía una maraña de cables.

—¡Es alucinante! —se asombró Rachel.

—Es rarísimo —dijo Percy.

—¿Si te cortas un cable es el equivalente a cortarte una vena? —preguntó Presley con curiosidad.

—¿Encontraste un medio de transferir tu animus a una máquina? —preguntó Annabeth—. Es... antinatural.

—Ah, querida, te aseguro que sigo siendo yo. Soy el mismísimo Dédalo de siempre. Nuestra madre, Atenea, se encarga de que no lo olvide —Tiró de su camiseta hacia abajo. En la base del cuello tenía una marca que Presley ya había visto antes: la forma oscura de un pájaro injertada en su piel.

—La marca de un asesino —declaró Annabeth.

—Por tu sobrino, Perdix —dedujo Percy—. El chico que empujaste desde la torre.

El rostro de Quintus se ensombreció.

—No lo empujé. Simplemente...

—Simplemente lo dejaste caer hacia su muerte —terminó de decir Presley.

Quintus contempló las montañas violáceas por la ventana.

—Me arrepiento de lo que hice. Estaba furioso y amargado. Pero ya no puedo remediarlo y Atenea no me permite olvidar. Cuando Perdix murió, lo convirtió en un pequeño pájaro: una perdiz. Me marcó en el cuello la forma de ese pájaro a modo de recordatorio. Sea cual sea el cuerpo que adopte, la marca reaparece en mi piel.

Presley le miró a los ojos y se dio cuenta de que era el mismo hombre que había visto en sueños. Quizás su rostro era totalmente diferente, pero dentro estaba la misma alma, la misma inteligencia, la misma infinita tristeza.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora