16. El laberinto del terror.

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Apenas habían caminado treinta metros y ya estaban totalmente perdidos.

El túnel no se parecía en nada al pasadizo con el que Presley y Annabeth se habían encontrado. Ahora era redondo como una alcantarilla, tenía paredes de ladrillo rojo y ojos de buey con barrotes de hierro cada tres metros. Percy enfocó algunos con la linterna, pero Presley supuso que no había visto nada, sino, les habría dicho.

Además, como si no fuera suficiente el hecho de que el túnel ya no era como antes, Presley realmente no podía sentir nada. El laberinto estaba bajo tierra, y ella había pensado que quizás habría podido conseguir un mapa mental como cada vez que entraba en contacto con algo que tuviera que ver con la tierra. Sin embargo, no lograba sentir nada más que vacío frente a ella, como si no pudiera saber qué se encontraría delante.

Eso la asustaba.

Annabeth hizo todo lo que pudo para guiarlos. Pensaba que debían pegarse a la pared de la izquierda.

—Si ponemos todo el rato la mano en el muro de la izquierda y lo seguimos —dijo—, deberíamos encontrar la salida haciendo el trayecto inverso.

Por desgracia, apenas lo hubo dicho la pared izquierda desapareció y, sin saber cómo, se encontraron en medio de una cámara circular de la que salían ocho túneles.

—Hmm... ¿por dónde hemos venido? —preguntó Grover, nervioso.

—Sólo hay que dar la vuelta —respondió Annabeth.

Cada uno se volvió hacia un túnel distinto. Era absurdo. Ninguno de ellos era capaz de decir por dónde se regresaba al campamento.

—Las paredes de la izquierda son malas —dijo Tyson—. ¿Ahora por dónde?

Con el haz de luz de su linterna, Annabeth barrió los arcos de los ocho túneles.

A Presley le pareció que todos eran iguales.

—Por allí —decidió.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Percy.

—Razonamiento deductivo.

—Solo estás usando palabras elegantes para que parezca que tienes idea de qué estás haciendo —señaló Presley con diversión.

—Tú sígueme —replicó ella.

El túnel que había elegido se estrechaba rápidamente. Los muros se volvieron de cemento gris y el techo se hizo tan bajo que enseguida tuvieron que avanzar encorvados. Tyson se vio obligado a arrastrarse.

Lo único que se oía era la respiración agitada de Grover.

—No lo soporto más —murmuró éste—. ¿Ya hemos llegado?

—Llevamos aquí cinco minutos —le dijo Annabeth.

—Ha sido más tiempo —insistió Grover—. ¿Y por qué habría de estar Pan aquí abajo? ¡Esto es justo lo contrario de la naturaleza silvestre!

Siguieron arrastrándose. Cuando ya creían que el túnel iba a volverse tan estrecho que acabaría aplastándonos, se abrió bruscamente a una sala enorme.

Percy enfocó las paredes con su linterna, y soltó una exclamación:

—¡Hala!

Toda la estancia estaba cubierta de mosaicos. Los dibujos se veían mugrientos y descoloridos, pero aún era posible identificar los colores: rojo, azul, verde, dorado. El friso mostraba a los dioses olímpicos en un festín. Mi padre, Poseidón, con su tridente, le daba unas uvas a Dioniso para que las convirtiera en vino. Zeus se divertía con los sátiros y Hermes volaba por los aires con sus sandalias aladas. Eran imágenes bonitas, pero no demasiado fieles. Presley había visto a los dioses. Dioniso no era tan apuesto y Hermes no tenía la nariz tan grande.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora