29. El ejército de Cronos.

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Presley sabía perfectamente que las distancias eran mucho más cortas en el laberinto. Pero, de todas formas, cuando llegaron a Times Square, sentía que hubiese hecho todo el trayecto desde Nuevo México.

Salieron al sótano del hotel Marriott y, por fin, emergieron a la luz deslumbrante del día. Aturdidos y con los ojos entrecerrados, contemplaron el tráfico y la muchedumbre. Presley sintió como si estuviera viendo todo a través de una neblina, quizás aún estaba conmocionada por todo el asunto de un dios muriéndose.

Presley siguió a los demás hasta un callejón, donde Percy silbó con todas sus fuerzas un par de veces.

—¿Acaso está llamando un taxi? —preguntó Presley en voz baja—. Pensé que eso se hacía en la calle, no en un callejón.

Poco después, un rebaño de pegasos bajó del cielo en picado hacia ellos.

—Esa es la respuesta a tu pregunta —le dijo Annabeth.

—Bueno, son muy lindos —dijo Presley cuando aterrizaron frente a ellos.

—Sí —dijo Percy, probablemente uno de los caballos le había hablado mentalmente. Cosas de ser hijo de Poseidón—. Soy un tipo con suerte. Escucha, necesito que nos lleves al campamento. Pero muy deprisa.

Todos comenzaron a montar en los pegasos después de unos segundos, excepto por Rachel.

—¿No viene? —preguntó Presley cuando ya estuvo sobre un pegaso.

—Es una mortal —le recordó Annabeth con irritación, aún sin subirse a su pegaso.

—Y ha sido más amable conmigo que una semidiosa llamada Annabeth —le respondió Presley—. Quizás sí tuvo el detalle de preguntarme cómo estaba después de que Cronos se metiera en mi maldita mente.

—No, no lo hizo —dijo Nico, pero Annabeth no le prestó atención.

—¿Qué quieres decir con que se metió en tu mente? —exigió saber.

—Ah, ahora sí que te interesa —espetó Presley—. ¿Ya nos vamos, Percy?

—¡Siempre me interesas, imbécil! —le respondió Annabeth antes de que Percy pudiera hablar.

—Qué curiosa forma tienes de demostrarlo.

Percy, que ya se había subido a un pegaso, no se atrevió a hablar. Ya se había despedido de Rachel, pero Presley y Annabeth parecían tan enojadas que no estaba seguro de interrumpir.

—¿Estás bien, Nico? —Presley dejó su enojo cuando notó que el chico tenía problemas para subirse al pegaso, que retrocedía y no se dejaba montar.

—¡Váyanse sin mí! —dijo—. No quiero volver a ese campamento, de todos modos.

—Nico —Percy replicó—, necesitamos tu ayuda.

Él se cruzó de brazos y frunció el ceño. Annabeth le puso una mano en el hombro.

—Nico. Por favor.

Poco a poco, su expresión se fue suavizando, pero aún parecía recio a ceder.

—Vamos, Nico —insistió Presley—. Si el pegaso no se deja subir, te pago un taxi y voy contigo.

Nico la miró unos segundos a ella y luego a Annabeth.

—Está bien —accedió, de mala gana—. Lo hago por ustedes dos. Pero no voy a quedarme.

Percy miró a Presley y a Annabeth, preguntándose desde cuándo Nico les hacía caso.

Luego, por fin, Percy, Nico y Annabeth montaron a los pegasos y salieron disparados por el aire. Pronto sobrevolaron el East River, de camino al campamento.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora