Introducción

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Arena blanca, aguas turquesas

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Arena blanca, aguas turquesas. Un sol radiante quemando las cabezas de quien no llevaban sombrero o bloqueador. Palmeras, yates, y hermosas casas de tejado blanco. Algo olía bien, era el océano, la comida y las novedosas noticias que se tenían sobre el tercer secreto.

Mateo se mantenía cruzado de brazos frente a las cálidas aguas, y con la vista fija en la embarcación, en la que viajaba el equipo de arqueología e investigación de la Orden de Salomón. El grupo era liderado por Orlando White, claro que ese rol de líder no era más que una fachada, él era un rehén y las opciones se le estaban acabando.

Tras la espalda del joven Santamarina apareció su padre. Leonardo llevaba una sonrisa victoriosa.

—No puede evitarlo, es su pasión —le dijo a Mateo, con la vista puesta en Orlando vestido de buzo.

El padre de Alex llevaba meses enteros en la investigación que había sido su obsesión y su condena. Mientras que los centinelas lo habían amenazado para que abandonara su objetivo, los salomónicos pretendían llevarlo al final.

—¿Cómo sabes que no está fingiendo? —inquirió Mateo, con la vista afilada en el arqueólogo que se lanzaba de espaldas al agua.

—Es interesante que quieras saberlo.

—A pesar de nuestras diferencias, hay algo de lo que siempre estuve seguro. —Mateo miró a los ojos de su padre, en completa seriedad—. El apocalipsis es la solución al legado de los centinelas, y no me gusta la idea de sigan jugando con nosotros.

—Lo sé, pero si conoces a Alex, sabrás que sus particularidades son heredadas de su padre —explicó Leonardo—. Su profesión va más allá de los deseos de los centinelas o los nuestros. En el fondo, su pasión está pulsándolo desde el interior. Es su anhelo saber la verdad, su amor por lo que hace.

—Entonces, ¿encontraron algo concreto? —Mateo tomó unos anteojos de sol y se los colocó—. De otra forma no estaría entendiendo el entusiasmo a mi alrededor.

—Ruinas arqueológicas submarinas. —Leonardo sonrió de lado—. Eso no es lo impresionante, sino que cada día aparecen nuevos objetos. Como si reflotaran desde un portal en otro mundo.

—¿Portal a otro mundo? —Mateo frunció el entrecejo, desconfiado.

—Es un decir. —Leonardo extendió más su sonrisa—. Es casi seguro que sea la puerta al bendito escondite Skrulvever. Esos malditos deben saberlo, es cantado. Ellos resguardan el tercer secreto.

SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora