CAPÍTULO 33: Traición

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El aire estaba impregnado del olor acre de la pólvora quemada, mezclada con el dulce pero inconfundible hedor de los escombros en llamas. El humo, denso y asfixiante, llevaba consigo la fragancia agridulce de la destrucción, mientras que esquirlas de metal fundido emanaban un aroma metálico y ardiente.

Caminar entre las ruinas era adentrarse en un sombrío concierto postapocalíptico. El crujir de los escombros bajo los pies resonaba en el silencio roto por esporádicos chirridos metálicos. El viento lleva consigo susurros lastimeros, sirenas y aullidos, mezclados con el sonido lejano de estructuras que se desmoronaban en un lamento constante.

Los edificios, meras siluetas desgarradas contra el cielo crepuscular, se alzan mudos ante la furia de la guerra. Calles que alguna vez habían vibrado con la vida urbana no eran más que despojos humeantes y vehículos abandonados.

El polvo se posaba sobre las pieles, formando una capa fina que cubría la ciudad y todo lo que alguna vez fue. La brisa llevaba consigo partículas de ceniza, creando una textura áspera y un murmullo fantasmagórico que secaba la piel.

Las ruinas de Marimé exhalaban melancolía. A medida que el equipo avanzaba en el cadáver de su ciudad, la tensión se acumulaba en el aire. Pronto estarían cara a cara con los responsables.

—¡Alma! —se oyó a alguien gritar—. ¡Alma, Alex!

Una silueta corría hacia ellos en medio de la humareda: era Orlando White. Su cara denostaba un claro nerviosismo.

—¡Papá! —exclamó Alex, sonriente.

Tan rápido como pudo, el hijo corrió a abrazar a su padre. Por un momento la amargura se esfumaba.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Alex, pero las miradas de sospecha se posaron sobre Orlando, sobre todo la de Yamil, era por su culpa que su clan había sido exterminado.

—Me liberaron ya no me necesitan, saben que Alma tiene el tercer secreto y quieren secuestrarla —dijo apresurado—. Debemos ponerla a resguardo, nadie sabe qué sucederá si se hacen con ella.

—No pueden secuestrarme —dijo Alma, adelantándose un paso—, y no puedo esconderme, esta es mi pelea.

Orlando se apresuró y tomó a Alma del brazo, sorprendiendo a todos los presentes.

—No entiendes, ¡esto no se trata de ti, es más grande!

Yamil se acercó a Orlando y le dio un fuerte empujón que lo obligó a soltar a Alma.

—¡Lo entendemos bien! ¡Tú entregaste al pueblo de los Skrulvevers que acabó con un genocidio!

Bautista y Alex se interpusieron entre Yamil y Orlando.

—¡Estaba amenazado! —se excusó Orlando—. Ustedes vieron cuanto tiempo estuve cautivo, y ahora me largaron a mi suerte para que muera en el apocalipsis a pesar que me prometieron que si colaboraba iban a dejar a mi familia vivir.

—¡Eso es basura! —Yamil quiso golpear a Orlando, pero fue retenido por Yaco y Mao—. ¡Para salvar tu vida permitiste la matanza de mi pueblo! ¿O acaso también estabas tan interesado en el Limbo que no te importó asesinar a cientos de inocentes?

—Basta, Yamil —dijo Bautista—. No es momento para esta discusión.

—Debemos resguardar a Alma —dijo Gary.

—¡De ninguna manera! —bramó Alma.

Pero quien se mantenía sin una decisión fija era Alex, que miraba como su padre intentaba tomar a Alma y llevarse lejos del campo de batalla. Le era imposible no pensar en las palabras ponzoñosas de Mateo, pero todos esos pensamientos confusos se esfumaron cuando los aullidos ensordecedores de los anómalos adiestrados los alertaron a todos.

SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora