CAPÍTULO 2: Desencuentros

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Las delgadas manos se movían de formas lentas a los lados de las caderas de Alma, su bastón de lirios estaba tirado a un lado de la extensa sala blanca. Con lentitud, picos de hielo translúcido emergían del suelo a medida que iban tomando formas espiraladas y filosas en la punta.

Alma se concentraba en las figuras que crecían a su alrededor. Bautista la analizaba desde una esquina, tomaba notas y asentía con la cabeza.

El hielo siguió tomando forma de árboles macabros, sacados de una retorcida imaginación.

La sala se convirtió en un bosque de cristal tintineante que generaba arcoíris refractarios con los rayos del sol que ingresaban por la ventana.

—Es todo —dijo Bautista—, necesitas ejercitar la concentración para que no te supongan tanto trabajo los detalles.

Con una mirada satisfecha, Alma revisó su alrededor.

—No voy a negarlo —dijo Alma—, los entrenamientos de control son mejores que los de combate. Son mis ideas hechas realidad.

—Lo dices ahora que no has destrozado nada —Bautista se dirigió a la salida, abriéndose paso entre las esculturas heladas—. No olvido lo caótico de tus primeros días.

Nada le quitaba el mérito de avanzar siendo un Gris; por ello, Alma sonreía. Recordaba los terribles primeros días con algo de nostalgia.

—Ve a la sala de combate —ordenó Bautista desde el pasillo—. Sebastián será tu contrincante mientras evalúo a Gary y a Lisandro.

—¡No estoy lista para pelear con Sebastián! —Alma se cruzó de brazos.

Su rival tenía el nivel de Mao.

Bautista hizo caso omiso y siguió su camino. A pesar de no ser Grises, los chicos de la ex División Alfa, debían ser evaluados para comparar todo su potencial con el de su compañera. Por otro lado, debido a la sanción de los antiguos Altos Mandos, el equipo de Alex no contaba con siddhis, y la Orden de Salomón no estaba interesada en que los tuvieran, por lo que solo les tocaba el entrenamiento físico y táctico.

—¡Vamos, Alma! —rió Alex, quien veía a su compañera ingresar al gimnasio, en donde Sebastián ya esperaba arriba del cuadrilátero—. Ya fuimos demasiado compasivo contigo, ¿acaso Bautista no te estuvo entrenando para esto? —añadió con una carcajada.

—¡No le hagas caso! —Ángeles, vestida para entrenar, se acercó a su amiga para susurrarle al oído—. Patéale las bolas, siempre funciona.

—Como si Sebastián fuera a dejarme —murmuró Alma, crujiendo los dientes.

Los entrenamientos eran impiadosos, siempre corría sangre, se rompían los huesos y se provocaban fuertes lesiones. La Orden de Salomón no quería que fingieran una lucha, querían hacer de cada pelea una verdadera batalla por la supervivencia. Era un asco. A pesar de contar con el elixir para sanarse, el recuerdo de los dolores terminaban por desvelarla cada noche.

Arriba del ring, Alma sostenía su bastón con lirios tallados, temblando al ver que su oponente no tenía intenciones de subestimarla.

Aferrado a un par de tonfas, Sebastián se abalanzó sin previo aviso. Alma saltó hacia atrás, y corrió lejos de él, congelando el suelo. Estiró su bastón, procurando mantener distancia, aunque, con una patada certera, Sebastián lo lanzó lejos de la habitación. Desarmada, Alma intento cubrirse con hielo, chillando de miedo. Las paredes que se formaban eran sólidas, pero no lograban consolidarse con la lluvia de golpes que el joven le lanzaba.

Las tonfas llegaron al rostro de Alma, a su estómago.

Los golpes fueron duros.

Los presentes corrieron sus miradas de aquella despiadada carnicería. La derrota era total. Alma cayó al suelo sin poder gritar. Sostenía su nariz quebrada y con ello una hemorragia sin fin.

SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora