CAPÍTULO 15: El ocaso del Oasis

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Cada Skrulvever era un combatiente que marchaba por las calles enrevesadas del Oasis, se dividían en grandes grupos organizados por los líderes de larga trenza dorada que guiaba a cada habitante como si fueran soldados. La isla submarina, envuelta en una burbuja de vegetación y prosperidad, recibía las primeras señales de un osado enemigo.

—¡Familia! —exclamó el líder más viejo de todos, desde el palco del gran palacio principal—, nuestra vida siempre ha tenido un propósito y hoy es el día de dar la vida por ello, porque nuestros antepasados sabían lo que los tres secretos podían ocasionar en conjunto, y eso es algo que no puede suceder en este mundo ni en ningún otro, ¡no dejaremos que suceda!

Una ovación se oyó en cada rincón. Los Skrulvever vieron las primeras naves submarinas asomarse por sus cascadas de agua pura.

—¡Marchen al Limbo! —exigió el anciano—. El Oasis será destruido junto a todo lo que pretenden arrebatarnos. Si así lo quieren, el tercer secreto será reducido a cenizas.

Los gritos de guerra se volvieron más fervientes, un centenar de Skrulvever, corrían con sus trenzas danzantes hacia las afueras del Oasis, hacia el vacío y tétrico Limbo, el hogar de las almas vagantes en pena.

—¡Ya oyeron al patriarca! —exclamó uno de los guías—, ¡váyanse al Limbo, prepárense para la batalla y no miren atrás!

La horda de Skrulvever acató las órdenes, y aunque en sus gritos se oía valentía, sus miradas colmadas de lágrimas demostraban los verdaderos sentimientos en sus corazones, y no era el temor la batalla, porque ese siempre había sido su misión, era la despedida, era el mirar atrás y ver a los kadavrés recorrer las desérticas calles para detonar cada rincón, cada registro arqueológico y cada cuerpo de los viejos líderes, ellos debían morir con aquellas enseñanzas que solo eran transmitidas a los de sus jerarquías.

Una tras otra, las explosiones pulverizaban cada hogar, cada calle, cada palacio y cada registro de la historia oculta bajo el submundo. La belleza milenaria de una isla en el inframundo se disolvía en minutos por la avaricia de unos pocos.



En la superficie, la Orden de Salomón aguardaba en embarcaciones de guerra, en donde los aviones aterrizaban a la espera de nuevas órdenes.

—Han atacado a los submarinos —decía Orlando White, ubicado en la sala de control—, no tengo respuesta de mi equipo de investigadores.

Isaac Wolser caminaba de un lado a otro, los presentes en la sala esperaban sus órdenes tras la elevación de humo desde el océano.

—Esos parásitos intentan borrar el registro histórico —decía de forma asertiva.

—Que lo intenten —decía Marie Dolfin, quien observaba en su teléfono una notificación de vulnerabilidad a su sistema de seguridad en la IPC—, no importan que tan rápido corran las cucarachas, no podrán detener el amanecer de un mundo mejor.

—Esperaremos a que el humo se disipe y enviaremos a las tropas de anómalos —dijo Isaac a un uniformado, un hombre adulto de rasgos duros.

Pandora ingresó a la sala con sus brazos cruzados al momento que el uniformado se marchaba.

—Se nota que no tienes idea cuánto cuesta diseñar a un anómalo perfecto —dijo con la mirada firme puesta en Isaac—, ¿por qué no usas a tus maravillosos Grises?

—No digas incoherencias —Isaac volvió su vista a la pantalla que Orlando supervisaba, desde allí se podía ver el portal hacia el Oasis—. Los Grises tienen un propósito mayor, los anómalos siempre fueron pensados como soldados obedientes. Una vez que son adiestrados, cumplirán cualquier orden sin cuestionamientos.

SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora