CAPÍTULO 10: Purificación

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Un cielo artificial tornasolado envolvía a una pequeña isla, cascadas de agua pura caían desde las nubes más altas. Miles de aves coloridas revoloteaban los árboles frutales, los cuales estaban en plena flor. Todo tenía un suave aroma a jazmines, y la frondosa vegetación se trepaba por los muros de las coloridas y elegantes viviendas de los Skrulvever.

Un mundo lleno de vida, un pequeño oasis en el Limbo. Cada construcción y cada gota de agua era sostenida en ese mundo por las habilidades de sus residentes. Alrededor de ese mundo solo había devastación y muerte.

Yamil caminaba por las calles empedradas con canteros de petunias. Iba con la mirada en alto, ya que los suyos los amenazaban con sus murmullos. No tenían escapatoria, debía dar explicaciones aunque no hubiera sido atrapado en el momento de su peor crimen.

Tras unos minutos, llegó al gran palacio cuya cúpula desbordaba de colores estridentes y una figura escupida en cristal en la punta. Era una figura extraña, algo antropomórfica, con una decena de brazos, y sin rostro aparente. Tenía tres pares de alas y un solo ojo enorme en su pecho. "El Ánima Mundi es el alma de la creación", decía una inscripción en una placa de oro.

Yamil ingresó a un amplio salón de plantas colgantes y una fuente central. Al fondo, en su trono, esperaban doce personas con el rostro cubierto por una fina tela.

—Yamil —dijo uno de los hombres—, solicitamos una explicación inmediata de lo que hacías en el océano de las almas caídas.

—Quería estar a solas —respondió Yamil—, lejos de esta ciudad de mentira y su felicidad de cartón. Por si no lo saben, tengo una relación estrecha con la gente del mundo real, la gente a la que dejarán morir. No estoy del todo bien. Quería pensar en soledad, meditar.

—Esperamos que esa relación no te haga cometer errores —respondió otro—, el castigo es la muerte inmediata.

Yamil inspiró con fuerza y respondió a las acusaciones.

—Sí, les propuse a ustedes revelar el tercer secreto a un Gris para crear un Ánima Mundi y salvar a la gente, pero no lo hice. —Yamil dio un paso al frente, intentaba que le creyeran—. Jamás los traicioné, a pesar que toda la vida me hicieron sentir como un bastardo que no tiene derecho aquí. Mi familia soportó la discriminación y la persecución, y aun así hicimos lo correcto.

—¿Intentas justificar tus motivos para traicionarnos? —preguntó un hombre.

—Intento decir que sean francos —pidió Yamil—, no importa lo que haga, seguirán tras mi espalda. No me han llamado para un interrogatorio, me han llamado para amenazarme.

Uno de los líderes Skrulvever se puso de pie.

—No eres de fiar —le dijo—, vas y vienes de un mundo a otro, eres una amenaza.

Yamil rió con la vista a un lado. Sin pensarlo más, buscó en sus bolsillos y mostró una navaja que no alertó a nadie. En un segundo, tomó su trenza y la cortó de raíz, luego la arrojó a los líderes. Lo líderes Skrulvever se mantuvieron alertas ante esa desafiante acción.

—Moriré con los míos —dijo al momento de darles la espalda—. Ya no seré un problema porque no volveré por aquí.

Los hombres se levantaron de sus asientos, consternados. Algunos de los líderes ya se acercaban a él.

—¡Yamil! —bramó uno de ellos—. ¡No puedes irte del clan!

—¡Ya no dejaré que me traten diferente al resto! —gritó Yamil—. No quiero tener nada que ver con ustedes, ya no regresaré al Oasis.

SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora