CAPÍTULO 32: La última batalla

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Dos días en el Limbo llegaban a su fin. Alma regresaba a la base en lo alto de la montaña con una gran satisfacción en su rostro. Había logrado contener a los errantes en su lugar original, o por lo menos el que Drasill había construido para ellos.

—Buenas noticias —dijo Alma a sus compañeros—, hablé con Drasill, le pedí que me confirmara que todos los errantes estuvieran encerrados. Me dijo que hice un buen trabajo.

—¿Ese Drasill va a dar la cara en algún momento? —preguntó Mao, levantando una ceja y cruzándose de brazos.

—No creo que sea alguien real —le susurró Yaco—. Solo síguele la corriente.

Mao rió junto a Yaco, se tomaban un momento para bromear.

—Lo importante es que ya podemos regresar —Alex demostraba un gran nerviosismo—. La isla no tiene protección suficiente.

—Iré yo sola —dijo Alma—, si Salamandra está en problemas será mejor que analice bien a quienes debería transportar de un lado a otro.

—Es lo correcto —dijo Yaco—, buena suerte.

Alma asintió y desapareció frente a sus ojos dejando una estela negra a su paso.



Había tomado la decisión correcta. Los techos de la casa de Pandora se caían a pedazos, la sangre y los cuerpos regaban todas las instalaciones, el humo de las explosiones e incendios dificultaban la respiración.

Alma no supo hacia donde ir, los estruendos de bombas tocando el suelo le paralizaban el corazón, y solo un grito conocido le dio el empujón que la guío por el sitio correcto.

—¡Sam, resiste! —Ángeles gritaba desesperada, Sam necesitaba ayuda de urgencia.

Alma ingresó a la sala de control, Frank terminaba de ejecutar al anómalo que había destrozado el brazo de Sam.

—¡Alma, Sam está muriendo! —exclamó Ángeles, empapada en llanto al verla.

Alma miró a sus alrededores. Renata estaba inconsciente, Dante y Romeo estaban heridos de gravedad pero a la espera de un enemigo, protegiendo la entrada, Apolo acababa de asesinar a uno de los suyos, mientras que Ángeles yacía en el charco de sangre de su compañero incondicional.

—¡Agárrense de mí! —exclamó Alma.

En un parpadear, Alma traslado a todo el grupo al Limbo, sorprendiendo a los que allí todavía moraban.

—¡Necesito elixir, urgente! —pidió Ángeles, envuelta en lágrimas.

Tan rápido como pudieron, y sin hacer preguntas obvias, rodearon a Sam para atenderlo primero.

—Hay que cortar su brazo —dijo Mao, desenvainando su espada—, no podrá sobrevivir a eso.

—¡Hazlo! —gritó Ángeles, pero antes de que pudiera agregar algo más, Mao lanzó el filo contra el brazo, y la herida fue sellada con elixir de inmediato.

Sin embargo, Sam se mantenía blanco como un papel. Luca se apresuró y colocó sus manos en el pecho de Sam. Cerró sus ojos y concentró todo su siddhi curativo en su antiguo compañero. Sam era un valioso miembro del equipo, una persona introvertida y para nada conflictiva, alguien siempre dispuesto ayudar y que quizás no recibía tanta atención como otros, pero su valor en el equipo y como persona era incalculable. Sin tener ni una habilidad para pelea o un siddhi se había lanzado al abismo por aquello que creía correcto.

Salvarlo era obligación de todos.

Ángeles lo sostenía de la mano, arrodillada a su lado y sin dejar de llorar.

SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora