La última carta de Alma había sido hostil, y es que ya no soportaba el misterio tras Luca. Para colmo, tenía terror de haber metido la pata hasta el fondo, y es que, más de una vez, había dado información personal que podría perjudicarla a ella y a su familia. Ya lidiaba con demasiados problemas como para lidiar con un stalker.
Delfina había regresado tras su último vuelo y su humor era de perros. Nadie sabía por qué, no lo comunicaba, pero Sofía se llevaba la peor parte tras romper cuatro platos de la vajilla.
—¡Niña idiota! —gritó Delfina—. ¡¿No puedes hacer nada bien más que lloriquear?! ¡¿Qué tienes en las manos que no eres capaz de hacer algo tan simple?! ¡Maldita inútil!
—Lo siento... yo... —Sofía mordió sus labios pero la lágrimas brotaban por sí solas, no quería hacerlo, pero su madre le aterraba con su sola mirada.
—Solo son unos platos —dijo Alma—. Sofía ha preparado todas las viandas de esta semana, no es ninguna inútil.
Delfina rechinó sus dientes y tomó a Alma del brazo, la fuerza de aquella mujer era brutal y despiadada. Alma se congeló al instante, podía fingir valor unos pocos segundos.
—¿Intentas desafiarme, malnacida? —gruñó como un diablo y la sacudió lejos de ella, dejándole el brazo amoratado—. Ninguna de las dos tocará un bocado de esta casa hasta que no se reúna el dinero para pagar los platos rotos.
Sofía lloró con más intensidad y cubrió su rostro. Delfina las miró con desprecio y abandonó la habitación.
—Maldita sea —siseó Alma—, sino estuviera peleada con Jazmín podría pedirle comida a Carmen.
—No debiste defenderme —lloró Sofía—. Todo fue mi culpa, soy torpe.
Alma mordió su labio y abrazó a su hermana.
—No vuelvas a decir eso. Esa mujer está loca, pero ya falta poco para que seamos mayores y nos marchemos de este lugar.
Una vida con una mujer violenta e inestable era difícil para ambas. No podían permitirse cometer el más mínimo error, porque no podían sacar cuentas de sí eso les traería consecuencias fatales o si serían ignoradas por completo. Vivir en la incertidumbre generaba miedo y ansiedad, un constante malestar y dolor de estómago. Pero Alma estaba convencida que, en cuanto ella cumpliera los dieciocho años, podría trabajar y buscar un lugar donde vivir hasta que Sofía pudiera hacer lo mismo. Ese era su plan. Sin embargo, seguir subsistiendo se volvía cada vez más duro, sobre todo los días que no podían comer debido a un castigo, en este caso les parecía una exageración estar una semana solo con agua para pagar unos platos rotos.
El primer día fue fácil y el segundo también. El tercero se volvió un poco largo, Alma sentía los olores volverse más intensos. Todos sus compañeros tenían dinero para comprarse lo que quisieran, o algunos llevaban deliciosas viandas. ¿Cómo podía pedirle a alguien un poco de comida sin pasar vergüenza? Sentía que iba a desmayarse.
Al regresar a la casa, la heladera y las alacenas seguían cerradas con llave. Sí, Delfina lo había hecho colocar cerraduras en ambos sitos para eventuales castigos.
—Carajo —Alma fue a su habitación, y la de Sofía, y se dejó caer en el suelo. Sus ojos se cerraban de a poco. Lo único que le quedaba era dormir para soportar lo que quedara de la semana.
—¡Pss, Alma! —llamó Sofía, espabilándola—. Ten, conseguí algo de comida.
Sofía le extendió unas galletas y una pequeña caja de leche.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Alma, con miedo.
—No te preocupes, hay un comedor comunitario cerca de los suburbios —dijo Sofía con una sonrisa orgullosa—. Fue mi culpa lo de los platos y tú me defendiste. Tenía que solucionarlo de alguna forma. La comida ya no será un castigo, la señora del comedor me dijo que podía ir cuando quisiera.
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SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©
FantasyTERCERA PARTE DE LA TRILOGÍA SOCIEDAD CENTINELA El mundo se rige bajo un nuevo orden piramidal. La Sociedad Centinela ha perdido la batalla por el poderío absoluto. La única misión que persiguen los salomónicos es la de destruir los cimientos de sus...