Cinco meses cumpliendo las órdenes de una organización homicida. Sin un plan B, sin una coartada. Atrapada como cualquier ser humano sujeto al sistema en el que nace. Alienada y sin capacidad de imaginar alternativas de un mundo mejor, pero sobria. Necesitaba enorgullecerse de algo que no fuera todas esas malditas pruebas superadas, o ser la alumna ejemplar de su padre.
Alma, con veintiún años cumplidos, debía llevar la carga de la gente de su nación. Era la preciada Gris de la Orden de Salomón, pero ya no era la única. Tras el descubrimiento de su existencia, había sido cuestión de tiempo para que la Orden prosiguiera con la creación de más como ella.
En una nueva sede, en el barrio privado de la antigua Sociedad Centinela, aguardaba las últimas noticias con el corazón en la garganta y con la vista en una vitrina llena de licores, luchando para no caer en la tentación.
—Malas noticias —Alex abrió la puerta, sostenía una expresión fatal—. La Orden conquistó el último territorio en resistencia. Es oficial, la Sociedad Centinela ya no existe.
Alma apretó sus puños y corrió la vista de las botellas de licor.
—Era cuestión de tiempo —ella suspiró y miró al suelo—. ¿Te dijeron a qué hora empieza el apocalipsis? Estaba viendo una serie con las chicas, quería terminarla antes que..., ya sabes, se mueran todos.
Alex hizo una media sonrisa y se sentó en la silla giratoria de su líder, colocando los pies sobre el escritorio.
—Empiezo a creer que el concepto de "apocalipsis" es simbólico —Alex miró a Alma de pies a cabeza, siempre le generaba pena—. Ya sabes, algo como el fin de un ciclo, no un apocalipsis real. Ya tienen el poder, han asesinado a quienes querían, otros están encerrados siendo interrogados; y los más cobardes, trabajamos para ellos.
Alma rió con la vista a sus notas, tenía el día planificado y debía cumplir con sus tareas.
—Todo sigue como siempre.
—Misma mierda, distinto olor —Alex se encogió de hombros.
—¿Crees que liberen a tu padre? —preguntó Alma, de inmediato mordió su labio—. Hice la petición. Orlando ha sido muy cooperativo y no hay lugar a donde pueda huir. El mundo les pertenece.
No era el mejor momento para hablar de ello, no era el momento para tener esperanzas. Después de todo, Alma cumplía su parte del trato a cambio de que no lastimaran a Orlando White.
Alex negó con la cabeza.
—No lo dejarán ir —Alex pareció susurrar—. Por más que la Orden haya ganado, y hayan logrado crear Grises, les interesa descubrir el tercer secreto, y mi padre es el único arqueólogo que ha vivido para investigar ello, aunque nunca lo descubrió debido a los impedimentos de los centinelas.
Un profundo silencio se produjo entre ambos, lo que seguía era pura incertidumbre. Por más que trabajaran para la Orden, lo hacían como rehenes, no tenían idea de nada.
Un golpe incesante en la puerta los espabiló, Yamil ingresó sin esperar.
—Alex, Alma... —suspiró agobiado—, yo...
Ambos esperaron a que prosiguiera. Yamil temblaba, miraba a los lados, a las cámaras de la habitación. Apretó sus ojos, sus puños, y lo dejó salir. De sus manos emergió una oscura humareda que en cuestión de un segundo los envolvió en la más profunda negrura.
De un momento a otro, los tres quedaron envueltos en un espacio negro, en donde no se distinguía el principio o el fin, donde lo único que se oía eran sus respiraciones. Sin embargo, podían verse los unos a los otros.
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SOCIEDAD CENTINELA |PARTE III |APOCALIPSIS ©
FantasyTERCERA PARTE DE LA TRILOGÍA SOCIEDAD CENTINELA El mundo se rige bajo un nuevo orden piramidal. La Sociedad Centinela ha perdido la batalla por el poderío absoluto. La única misión que persiguen los salomónicos es la de destruir los cimientos de sus...