Capítulo 3: Elegía

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El reino de Krastos estaba situado cerca de la costa. La vista del océano podía apreciarse desde el Palacio de agua, las palmeras, y los botes, ya que a las afueras de las murallas se encontraba un pequeño valle pesquero.
La vegetación de toda la zona que rodeaba al reino era tropical y selvática, con partes desiertas y cubiertas de arena, una extraña mezcla que resultaba conveniente para ellos. Con un clima fresco y caluroso, en donde sólo existía el verano y el invierno, siendo invierno desde el décimo mes hasta el segundo mes del año siguiente...

Lamentablemente Kierab se encontraba lejos de todo eso, trabajando en el territorio recién conquistado.
Ya había pasado más de un año desde que se fue, y las cosas parecían ir a la perfección. Pronto estaría de regreso.

—Señor, ha llegado una carta para usted—dijo un hombre, entrando a su tienda—La ha traído un cuervo.

—Déjala sobre la mesa—dijo, mirando un elaborado mapa, mientras escribía en un libro bastante grueso.

"Que extraño"

Pensó desconcertado, ya que era raro recibir una, a menos que pasara algo realmente importante en el reino. La tomó y notó el sello real en ella. La abrió con prisa y comenzó a leerla...

—Kierab, hay algo que quiero...—un hombre alto y de piel tostada por el sol, de cabello negro y ojos grises entró en la tienda. Su nombre era Naurif, capitán general del ejército de Kierab. Pero guardó silencio al ver el rostro pálido del príncipe.

—Naurif...—musitó alzando los ojos. Su expresión denotaba aflicción e incredulidad, con una mirada decaída y amarga—Mi padre ha muerto.

—¿Qué? —dijo sin aliento y sus cejas de fruncieron al máximo. No podía creer lo que acababa de escuchar.

Era cierto que su padre no era alguien joven. Los reyes no pudieron concebir un hijo hasta una edad muy avanzada, en donde su madre, quién quedó en cama y enferma, murió un año luego de su nacimiento. Su padre tenía poco más de setenta años, no era un anciano que estaba en sus últimas, y su salud era excelente. Su muerte era impensable.

—Debo irme—exclamó con un nudo en la garganta y se levantó de golpe.

—Vete, yo me encargaré de todo lo demás. No será necesario que vuelvas.

Kierab salió de su carpa, alistó su caballo y suministros para cuatro días. El viaje duraba nueve días, pero eso no le importaba ahora.

—Regresa a Krastos cuando todo esté terminado—dijo Kierab a Naurif.

—Como ordene.

Salió de la cuidad a toda velocidad, y cabalgó hasta que su caballo tuvo que descansar. Apenas tocó la comida que había llevado, no podía conciliar el sueño por la angustia y el arrepentimiento.
La carta sólo decía que el rey había enfermado de gravedad, y que el día trece del octavo mes había fallecido.
Cuando la carta llegó ya estaban a día quince, y más los días que tardaría en llegar...Para ese entonces su padre ya estaría sepultado.

Los días parecían eternos, pero luego de un largo y cansado viaje, llegó a Krastos.
Los guardias en lo alto de las murallas lo reconocieron desde lejos, y le abrieron las puertas sin demora.
Continuó su camino sin detenerse, y en menos de una hora llegó al castillo.

—Príncipe Kierab...

La mano derecha del rey, un hombre de unos cincuenta años, cabello corto y canoso, alto y delgado. El hermano menor de su padre, su tío Rodius.

—¿Dónde está? —dijo sin rodeos.

Su tío lo llevó al cementerio real, donde estaban enterrados todos los reyes del pasado. Una enorme cripta blanca se alzaba en el solitario lugar, entrando en ella solo, y en medio de la oscuridad, pudo notar la tumba de su padre. Un sarcófago de mármol blanco, y una placa de oro con su nombre.

Encadenado a tu corazón© [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora