En su búsqueda para localizar a su marido y su dama de honor, y demostrarse a sí misma que no pasaba nada malo, Ashley pasó quince minutos perdida y congelada en el laberinto de piedra conocido como el Castillo Cornell. Por alguna razón, recibió muchas miradas extrañas y movimientos de cabeza del personal cuando pasaba, incluida una ceja arqueada juiciosa del bufón de la corte—un hombre que vestía medias de rombos con campanillas tintineando en su gorra, arrastrando un títere de su cabeza por el suelo de piedra.
Al menos treinta doncellas, cuatro lacayos, un capellán con la cara roja y un caballero borracho le dieron instrucciones incorrectas. Ashley recurrió a preguntarle a las ratas, arañando y serpenteando detrás de las paredes, pero no fueron de ayuda. Era como una pelota rebotando de un pasillo oscuro, húmedo y lleno de telarañas a otro.
Sus pensamientos también rebotaban.
De:
No hay nada de qué preocuparse; mi esposo es mi único amor verdadero, lo que significa que Scarletta no es su amor.
A:
Scarletta es bonita y culta y probablemente no hable con los mosquitos. Quizás Azul se arrepienta de haberse casado conmigo.
De un lado a otro pingponeaban sus ideas hasta que su cerebro estaba tan revuelto como huevos en una sartén.
Hablando de huevos, cuando dobló la esquina hacia el ala este, Ashley percibió una bocanada de tocino, salchichas, jarabe de arce y pan con levadura, que siguió con el estómago gruñendo como un perro rabioso.
—Lo encontré —se regocijó Ashley, ejecutando el primer auto choca-los-cinco registrado en la historia. Encontrar el desayuno puede parecer una hazaña menor para la mayoría de nosotros, pero para Ashley fue como completar un maratón, solo que con menos sudor y ampollas.
—¿Quién va ahí? —dijo una voz áspera desde más allá de una pared curva.
Dobló la curva para descubrir a Terrowin, uno de los aterradores guardias del castillo. Además de tener aproximadamente el tamaño, la forma y la vellosidad de un oso, llevaba un hacha de guerra de hierro de dos metros como si no pesara más que la marioneta de un bufón.
Al ver a Ashley, en lugar de inclinarse y besarle sus piecesitos reales, Terrowin adoptó una postura de batalla y preparó su arma, como si fuera un dragón o un troll que hubiera penetrado en el castillo.* Ashley trago en seco. Las hojillas se veían muy, muy afiladas.
Ashley retrocedió, levantando la mano en un gesto de "no soy un dragón o un troll, así que por favor baja tu arma antes que me haga pipi encima." —Soy yo —gorjeó ella. Tal vez debería haberse tomado un momento para domar su cabello antes de salir de la alcoba. Ashley alisó sus rizos.
Los ojos de Terrowin se agrandaron. —¿Princesa Ashley?
Dejó caer el hacha con un ruido sordo en el suelo de piedra y se inclinó profundamente. —Lo siento mucho, mi alteza. No fue mi intención levantar un arma hacia usted. Pensé que era un... no importa —el gimió—. Por favor, no me mates.
Ashley suspiró. ¿Por qué la gente siempre pensaba que los iba a hacer ejecutar? Si querían un déspota, deberían mudarse al País de las Maravillas, donde vivía esa reina psicótica.
—Terowin, por favor, levántate. Ni siquiera sé dónde encontrar un verdugo, si es que tenemos uno. Espero que no lo tengamos. Pero a pesar de todo, nunca te lastimaría.
—Gracias, Alteza. Gracias —gritó en voz baja, sin moverse de su reverencia.
—¿Está el príncipe ahí? —señaló una entrada arqueada de piedra.
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EL PRÍNCIPE AZUL DEBE MORIR
Fantasy¡Antiguamente parte del programa de historias pagas! Cuando una princesa recién casada descubre que su príncipe azul está casado con otros seis miembros de la realeza, reúne a los cónyuges indignados para planear una venganza. Pero, ¿su historia...