36. Lechuga como una Fresca

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Ashley se despertó,* acostada de lado, con una sinfonía de cantos de pájaros, agua gorgoteando y abejas zumbando. Olía a hierba recién cortada picaba contra su mejilla izquierda, mientras que la luz del sol le calentaba la cara.

Luz de sol.

¿No había sido de noche hace sólo unos momentos?

Tenía los ojos cerrados y la cabeza le daba vueltas: su memoria se reian de ella, como hojas de otoño en un tornado furioso, retrocediendo ante su alcance cuando intentaba agarrarlos. ¿Qué habia pasado? ¿Donde estaba ella?

Ella arrebató algo sustancial del torbellino de ideas en su cabeza. Una palabra. ¿Tortellini? ¿Tímpanos? ¿Teleportinos? Eso mismo. Teleportini.

Con un recuerdo asegurado, podría captar algunos más, suficientes para armar una cadena de eventos sombríos. Sin embargo, tenían la cualidad resbaladiza, ondulada y onírica de un dominio submarino en lugar de la solidez tangible del mundo real. Recordó un círculo de sombra. No, no es exactamente un círculo. Un domo. Gerald, los guardias y Ruth por fuera, el príncipe y las princesas por dentro. Luego, una sensación de vértigo intenso, seguido de llamas más intensas, Gerald llamandola, los gritos de Ruth, y luego girando hacia un vacío negro de feliz nada.

Girando en un vacío.

Ella había sentido esa dislocación antes. ¿Pero cuando?

Ashley arrebató la respuesta del torbellino. Había sido ese hechizo de translocación nauseabundo y completamente desagradable lanzado por las Brujas Enclaustradas del Claustro Claustrofobico. Teleportini también debe haber sido un hechizo de translocación, pero a diferencia del lanzado por las brujas, este era más caliente, con una dosis extra de vértigo y, en general, menos agradable.

Cuantos más recuerdos recogía Ashley, más chisporroteaba y menguaba el tornado, como un fuego sin combustible.

La piel de Ashley se erizó al recordar las llamas que la habían envuelto: abrasadoras, ameazantes, cantoras. Su estómago se apretó. A veces era mejor olvidar que recordar.

El calor abrasador del hechizo tuvo que habeler destruido su piel.

Levantó la mano, haciendo una mueca y gimiendo por la rigidez de su hombro, pero tenía que ver por si misma. Con mucha delicadeza, extendió los dedos fríos por su cálido rostro. La piel estaba allí. Normal y suave. Ashley reprimió un sollozo de alivio, las lágrimas brotaron de la esquina de sus ojos.

Las llamas debían haber sido mágicas y no la habían afectado físicamente. Como el fuego del dragón que no podia lastimar a los dragones. ¿Pero por qué? La sangre de Ashley se congeló. ¿Qué hay de los demás? ¿Habían sobrevivido a la supertormenta Druscilla? Tendría que abrir los ojos para verificar su bienestar, pero hacerlo correría el riesgo de más mareos y dolor.

Con cautela levantó un párpado.

A medida que el mundo visual se enfocaba lentamente, descubrió que yacía sobre una alfombra de hierba verde ácido en un jardín bajo un cielo sin nubes iluminado por el sol. Los cuervos negros como la tinta la miraban con ese desdén propio de los cuervos desde las ramas retorcidas de los árboles cercanos que colgaban cargados de fruta.

—Hola —le dijo al pájaro más cercano, sin querer ser grosera. Además, nunca se sabe de dónde puede venir la salvación o una pequeña información.

—Caw —dijo el cuervo, los ojos negros brillando. Típico. Como el cuervo de Marveloni, Igor, que fingía no entenderla. ¿Podría ser este Igor? Se movió de lado a lo largo de la rama, apretando y aflojando sus garras.

¿Era de mala educación preguntar? No quería que él pensara que para ella todos los cuervos eran iguales. Pero la curiosidad ganó. —¿Igor? ¿Eres tú?

EL PRÍNCIPE AZUL DEBE MORIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora