23. Las Brujas Enclaustradas del Claustro Claustrofobico

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Todo el mundo está familiarizado con esa extraña sensación cuando ves a alguien que conoces en un lugar inesperado. Como si estuvieras empapado de sudor en la sesión de yoga y entrara caminando tu profesor de álgebra de secundaria, el que te gustaba mucho. O te encuentras con tu ex en un buen día de cabello, usando un nuevo tono de lápiz labial increíble, con un chico sexy en tu brazo.

Está ese momento de no reconocimiento seguido de ese sentimiento surrealista de que tal vez eres tú quien está fuera de lugar, seguido de tu aceptación de la situación. Después de todo, las personas tienen vidas fuera de sus interacciones contigo.

En el caso de Ashley, su mente se volvió loca con preguntas que se arremolinaban en un tornado de confusión. Usó la espada como un bastón improvisado, clavándola en la nieve con cada paso, tratando de no caerse.

Al llegar al frente de la fila, sin aliento por el esfuerzo, Ashley espetó: —¿Por qué están aquí repartiendo bebidas calientes y mantas al séquito del príncipe?.

—Es bueno verte también —dijo el príncipe Derek—. Si quieres saberlo, estamos aquí para rescatarte.

—¿Eh?

—¿Tienes las orejas congeladas? —él dijo—. No te culpo. Hace más frío que el corazón de un príncipe mimado.

—Mis orejas están bien —dijo Ashley, agarrando la empuñadura de la espada con tanta fuerza que su mano estaba acalambrada. No sabía por dónde empezar, si debería regañarlos por ser tan estúpidos como para aparecer aquí o arrodillarse y agradecerles por venir.

Eligio regañar, sobre todo porque el suelo estaba demasiado frío para arrodillarse. —¿Están loco? Si el príncipe nos ve aquí juntos, estamos acabados. Tenemos que sacarlos de aquí. —Derek le quitó la espada de las manos como si no pesara un millón de libras, la apoyó contra la mesa y le ofreció una taza de chocolate caliente—. Oye, ¿me das algunos malvaviscos más? —Ashley dijo.

Derek agarró los malvaviscos de Layyin y los siguió colocando en capas hasta que formó una pirámide perfecta de malvaviscos encima de la taza de Ashley. —¿Mejor?

Ella tomó un sorbo, asintiendo. La bondad del chocolate calentó sus entrañas, pero ¿era este el momento de relajarse? Seguro que le dolía el cuerpo por correr a través de acres de zarzamoras, pasar años encorvada en un dispositivo de tortura de madera, ser apedreada por una montaña de verduras podridas, luchar contra mil elfos de hielo y pasar una eternidad atrapada en un carruaje en un viaje lleno de baches con su ex. Pero dado que sus amigos y todo el complot para destruir Azul estaban a punto de ser descubiertos, el período de relajacion tenía que terminar. Dejó la taza. —Ahora. Fuera de aquí. —Inspeccionó su entorno, buscando un refugio.

Blanca nieve por todas partes, excepto por la insípida fortaleza amarilla. —¿Dónde está su transporte? ¿Cómo llegaron aquí tan rápido?

—Cálmate. Te ves terrible —dijo Derek—. ¿Alguien te arrastró a través de un montón de composta? —Él la olió.— Yo diría que una combinación de tomates podridos y calabacín, que, por cierto, fue votada como la peor verdura del mundo tres años seguidos por la Gazeta Verdurita Feliz.

—Bajale dos, Derek —dijo Layyin—. Ella ha pasado por mucho. Te conseguiremos un baño y ropa limpia pronto.

—Ella no se ve tan mal. Yo llamaría su estilo 'vagabundo chic' —dijo Sadira—. O granjeramente guapo.

Derek echó hacia atrás sus rizos verdes. —Te mostraré guapura, bebecita.

—No te preocupes, Derek. Todos sabemos que eres hermoso —dijo Sadira, con la lengua firmemente colocada en la mejilla.

EL PRÍNCIPE AZUL DEBE MORIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora