La vejiga de Ashley amenazó con estallar, como la mañana en la que Azul la había dejado esposada a la cama. Pero esta vez fue aún peor. Había alcanzado un nuevo punto bajo en términos de molestias en la vejiga.
Sin embargo, podía usarlo a su favor. Preferia enfocar la mayor parte de su atención en la frenética necesidad de orinar en lugar de ser interrogada y convertida en un orinal por un mago sádico, o preocupada de que Gerald hiciera algo estúpido y héroico, o preguntándose si la poción había funcionado, o dándose cuenta de que sus posibilidades de escapar habían disminuido enormemente, sin mencionar el dolor de espalda, cuello y muñecas que sentia.*
Aun con su peluca que le picaba, rezando para que no se le cayera el bigote, Ashley ocupó la picota junto al hombre barbudo. Su cabeza y brazos sobresalían a través de los agujeros mientras que el resto de su cuerpo colgaba del otro lado, inclinado como una criada que friega los pisos de la cocina. Afortunadamente, los años de Ashley haciendo precisamente eso habían fortalecido su espalda. Aun así, su cuerpo crujió, gruñó y aulló por la injusticia.
—Si te sirve de ayuda, eventualmente perderás toda sensibilidad en tus extremidades —le informó el anciano, cuyo nombre resultó ser Manfred. Estornudó tan fuerte que una bandada de buitres salió disparada de un sicomoro medio muerto cercano entre un batir de alas, con expresiones de quejas indignadas en sus picos.
Un trío de lavanderas sin dientes observaba a los buitres, luego dejaban sus bates de lavar** y seleccionaban tomates podridos de la pila de fruta podrida que alguien había colocado ingeniosamente cerca de la sección de picotas.
—¿De veritas? —Ashley dijo, con un ojo en las lavanderas mientras se reían de alegría. Sabes que cuando la gente se ríe de alegría y tú no eres uno de los que se ríen, algo terrible está por sucederte.
—No. Solo quería hacerte sentir mejor. No te ves muy comodo, amigo.
—Necesito hacer mis necesidades —confió Ashley cuando un tomate se estrelló contra la tabla de madera superior de la picota—. ¡Para! —Ashley grito cuando se le escapó un poco de orina.
—Furcias ponsoñeras —burló Manfred***. El resto de la munición podrida salió disparada en su dirección, y no la de Ashley.
—Gracias —dijo Ashley, tratando (sin éxito) de cruzar las piernas.
—Ni lo menciones. Estás mucho más limpio que yo. Y la verdad es que ya me daba un poco de hambre. ¿Por qué no orinas? —Manfred pateó la tierra mojada en la parte trasera de la picota. Eso explicaba el barro y el olor a gallinero.
Ella se estremeció. —Eh, no creo que pueda.
—Claro que puedes.
—Todavía no. Voy a escapar primero.
Manfredo se rió. —Buena suerte. ¿No crees que lo he intentado?
Ashley echó hacia atrás su brazo izquierdo. La picota había sido diseñada para hombres corpulentos, no para delicadas princesas hadas. Su mano casi logró safarse. Si se rompiera deliberadamente uno o dos dedos, podría sacar las manos. Pero su cabeza era otra historia. Uno no podía arriesgarse a una fractura de cráneo en nombre de la libertad. Al menos no sin consecuencias significativas. Si pudiera liberar una mano, tal vez podría forzar la cerradura con un fragmento de madera roto de la picota. O bien podría invocar algunos caracoles para lubricar las sisas. —¡Puaj!
—Mira el lado positivo —dijo Manfred.
—Lo único que puedo ver son pilas de caca de caballos y árboles.
—Es solo un dicho.
—Ah, verdad. Por supuesto —dijo Ashley—. Dime, ¿cuál es el lado positivo de estar inclinado en una posición imposible con el cuello y las muñecas atrapados dentro de un trozo de madera astillada sin agua, comida o baños? Sin mencionar el olor. —Ella arrugó la nariz.
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EL PRÍNCIPE AZUL DEBE MORIR
Fantasía¡Antiguamente parte del programa de historias pagas! Cuando una princesa recién casada descubre que su príncipe azul está casado con otros seis miembros de la realeza, reúne a los cónyuges indignados para planear una venganza. Pero, ¿su historia...