Después de la partida de Maxine, Ashley pensó que este podría ser un buen momento para darle sentido a su vida, pero este ejercicio solo resultó en más confusión. ¿Qué significaba ser una princesa? ¿Por qué el príncipe se casó con ella si no quería estar cerca de ella? ¿Cómo no sabía que su hada madrina era temporal? ¿Que trabajaba para un lugar que tenía una "sede central"? ¿Qué había querido decirle Maxine a Ashley al final?
Cuanto más confundida se volvía, más subía la temperatura de su cuerpo. El corpiño de seda de su vestido se le pegaba a la piel con sudor. Ansiaba quitarse las capas. Ojalá pudiera ser una ninfa, nadando en un frío manantial de montaña. Pero ahora que lo pensaba, las pocas ninfas que había conocido albergaban amargura por estar confinadas a un solo cuerpo de agua o árbol, su única compañía era un humano que podría tropezar con sus dominios. La vida de una ninfa era como ser una princesa en un castillo, solo que con menos protocolo y vestimenta.
Incluso una brisa ayudaría. Aunque la niebla y la lluvia (cortesía de la oficina central del hada madrina) se habían disipado, la biblioteca estaba anormalmente húmeda. Los restos carbonizados de un antiguo fuego se descomponían en la chimenea y las telarañas se extendían entre las piedras.
Filas y filas de polvorientos y descoloridos libros encuadernados en cuero se alineaban en todas las paredes de la biblioteca en penumbra excepto por uno en el otro extremo. Los estantes de esta pared albergaban una colección de velas, pedernales, apagavelas, botellas de cristal de líquido ámbar, un cráneo humano cuyos ojos huecos parecían contener el secreto de cómo había llegado a descansar en la biblioteca del castillo Cornell, varias escandalosas mujeres desnudas de bronce y una baraja de cartas extrañas con un aura de maldad. Sobre los estantes había una pequeña ventana que daba a campos de hierbas salvajes y al río de Siempre Jamas. Ashley abrió la ventana. El río rugía y una ráfaga de aire frío de la montaña refrescaba su rostro.
Dicha celestial.
Respirar.
Calma.
¿Y qué si la vida de Ashley hasta ahora contenía más preguntas que respuestas? Es hora de cambiar eso.
Se puso de pie, sus faldas se desplegaron como los pétalos de un nenúfar a pleno sol. Tantos libros ¿Como escoger cual leer? ¿Cuánto tiempo tenía ella? Tal vez alguien notaría su ausencia y enviaría un grupo de búsqueda.
Al azar, sacó un pequeño volumen de entre dos gigantes. Olía a cuero viejo, polvo y aburrimiento. La portada decía Rendimiento de la cosecha, 1523. Eso fue hace veinte años. Sus páginas contenían listas de plantas, fechas y números, dibujadas con escritura clara y precisa.
Nada en absoluto sobre como ser una princesa.
Reemplazó el libro y se dirigió al siguiente estante. Y el siguiente .Había libros sobre navegación, esgrima, rolar puros y cuidado de la barba. Ninguno en absoluto útil. Cerró los ojos y eligió un libro al azar.
—Holo ¿Usted llamó?
Ashley salto de sorpresa, casi dejando caer el libro titulado 101 usos para las sanguijuelas. —¡Dominó!
La pequeña paloma se balanceaba en el alféizar de la ventana, inclinándose hacia adelante y hacia atrás sobre sus ramitas de color naranja. —Lamento asustarte. Escuché que tenías un trabajo para mí.
—Yo... eh... no. ¿Dónde escuchaste eso?
—Oh, ya sabes. Chismesitos. Este lagarto le dijo a esa ardilla que le dijo a ese erizo. Como un juego de teléfono. Al final, nadie sabe el mensaje original.
—¿Un juego de qué?
—Teléfono. Oh, lo siento. Olvidé que los humanos aún no los tienen, lo cual es algo bueno. Resulta que dejaron fuera del negocio a muchas palomas hábiles.
ESTÁS LEYENDO
EL PRÍNCIPE AZUL DEBE MORIR
Fantastik¡Antiguamente parte del programa de historias pagas! Cuando una princesa recién casada descubre que su príncipe azul está casado con otros seis miembros de la realeza, reúne a los cónyuges indignados para planear una venganza. Pero, ¿su historia...