Capítulo Treinta y ocho.

218 17 43
                                    


— Dorothy Hodgkin, disfruto leer sus patentes y proyectos que no alcanzó a completar. — Dijo Adele corriendo un poco hacia atrás su silla y estirando sus piernas.

— Ahora que mencionas científicas mujeres, yo admiro a Hipatia. — Dijo John, notó que Adele lo miró con curiosidad. — ¿No has escuchado de ella? — La rubia negó interesada en el tema. — Hipatia fue, sin duda, la mujer científica más famosa de la antigüedad, se dice que fue maestra de filosofía, astronomía y matemáticas, y hasta transformó su propia casa en un importante centro de cultura, solía compartir su conocimiento con niñas.

— ¿Hay biografías?

— Claro, de hecho tengo un libro que puedo prestarte, es sobre ella, su vida y muerte me parecen algo que parece sacado de una película.

— ¿Cómo murió? ¿En un modo tipo Marie Salomea Skłodowska–Curie?

— Digna mujer de ciencia, se negó a abrazar la religión católica apostólica y eso tuvo su consecuencia, fue asesinada por un grupo de monjes fanáticos y muchas de sus obras acabaron perdiéndose o siendo incineradas.

— Qué horror ha sido ser mujer a lo largo de la historia.

La conversación fluía con naturalidad, no hubo comentarios narcisistas por parte de John, por el contrario, sonaba bastante humilde. John, por su apariencia, aparentaba unos 43 años, era un hombre maduro, apuesto e inteligente, de allí razonablemente venía su ego.

— Vaya que lo creo.

— Si yo hubiera nacido en ese periodo de tiempo, seguro me hubieran quemado en plaza pública por no creer en la iglesia. — Soltó una carcajada que intentó suprimir inmediatamente después al darse cuenta que todo los demás comensales voltearon a verla. — Dios, qué vergüenza, siempre pasa lo mismo. — Dijo apenada. Sus cachetes se pusieron rojos.

— No te avergüences, tu risa es contagiosa.

— Y estruendosa.

— Una cosa no quita la otra.

Adele iba a hablar y su teléfono sonó. Era un número con indicativo de Estados Unidos pero no era Rich.

— Discúlpame. — Adele se levantó de la mess, se hizo a una distancia prudente y contestó. — ¿Hola?

— ¿Adele?

— Rich, por amor a Dios, por fin apareces ¿estás bien, amor? Llevaba enviándote mensajes toda la mañana y llamando a tu teléfono.

— Laurie, no tengo ni una sola llamada tuya en mi teléfono y mucho menos mensajes, por eso te llamo, porque me preocupé.

— No... no sé qué habrá pasado porque sí que lo he hecho, no volví a hacerlo porque pensé que tal vez necesitabas tu espacio...¿tú cómo estás? ¿Ya...terminó el sepelio?

— Hace unas horas, pusimos algunas de sus flores allí, ha sido difícil pero dentro de todo, agradezco que ya no esté sintiendo dolor.

— Hubiera querido estar allí contigo, no sabes cuánto lo lamento ¿tu papá? ¿Cómo está, cómo lo ha tomado?

— Ahora mismo, que estamos todos acompañándolo, está bien, no sé cuando ya todos nos marchemos y él esté solo en casa, nosotros le propusimos que alguno de mis hermanos podría quedarse con él un par de semanas pero él insiste en negarse, dice que estará bien.

— Es respetable pero me parece que no deberían dejarlo solo, por lo menos estas primeras semanas.

— Yo pienso igual pero es un viejo terco, nada que podamos hacer, yo sólo quiero irme ya de aquí.

Strangers By NatureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora