Capítulo Cuarenta y tres.

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Tres noches y cuatro días fueron necesarios para que la infección desapareciera, dos de esas noches hubo fiebre, así que muy en contra de su voluntad, ella tuvo que quedarse allí, segunda vez en muchos años de su vida que tuvo que quedarse internada en un hospital, lo odiaba con su vida aunque fuera médico, o precisamente por ello era que lo detestaba, compadecía a los pacientes.

Obvio, ella, como no muchos pacientes tuvo privilegios pues el personal estaba más pendiente de ella que de cualquier otro pero las noches, las noches en un hospital son escalofriantes, toda la noche escuchas que pasan y pasan personas por la puerta de tu habitación sin parar, escuchas, queriendo o no, gritos, suplicas y hasta peleas, y como si eso no fuera poco, el frío que hace en los hospitales se mezcla con el ya conocido frío de Londres y es que en realidad, es tanto, que amenaza con calar los huesos.

En una de esas noches, en las que, ella no pudo conciliar el sueño y tampoco quiso luchar por conseguirlo se puso a pensar en su vida, lo hacía con frecuencia.
Sintió el calor de la mano de Rich en su vientre y volteó a verlo, por más que le insistió, él se quedó dormido en una silla justo a su lado. Lo acarició con ternura y un pensamiento que se le cruzó por la cabeza la hizo templar los músculos de su abdomen para retener una carcajada.

"Pasó otra vez".

Y sí, había pasado otra vez, enamorarse con locura, al menos ahora no era una jovencita de veinte años que poco o nada sabe de la vida aunque en ese momento creyera lo contrario, ahora, a sus treinta y cuatro quiso amar con un poco más de inteligencia, de pausa, de calma, sin prisa y todo eso, quedó en el plan de ejecución pero no realmente en la praxis, en la praxis,
Iban a ser papás, en menos de dos años de conocerse.
En la praxis, iba más rápido que antes, como si el tiempo se agotara pero eso no le preocupaba porque era feliz, lo podía decir completamente segura, al volver a mirar a su pareja, al padre de su hijo, a la persona que ella había elegido, se dio cuenta de todo el poder que él tenía sobre ella, se dio cuenta de lo vulnerable que ahora era ella ante él, no era de ahora eso pero apenas esa noche a las 4am quiso analizarlo un poco más.

Esa era la confianza.

Ella le había dado el poder absoluto a otra persona para que pudiera partirle el corazón en dos, en tres y en los pedazos que quisiera. ¿Por qué alguien haría eso? Diría cualquiera con mirada incrédula pero es que ahí yace la razón de ser del amor, es darle ese poder a la otra persona con la confianza y convicción de que no lo hará.

Narra Adele.

Estos días en que no he tenido mucho por hacer aparte de ver cómo me ponen antibióticos por vía intravenosa, aparte de que cada entrada al baño haya sido una pequeña visita al infierno y aparte de ver cómo todos me ordenan cosas como si yo no supiera qué es lo que tengo que hacer y no hacer, como si yo no fuera médico y como si, mágicamente, todos estuvieran un escalón por encima mío, aparte de todo eso, hemos hablado mucho, hemos dialogado y tenido conversaciones que nos debíamos.
Hablamos sobre la muerte de su madre y cómo se sentía, hablamos de todo y de nada, pusimos las cartas sobre la mesa y culminamos un tema que venía atormentando la relación desde su estadía en Estados Unidos, hablamos de mí, hablamos del embarazo, de nuestros planes a futuro porque sí, descubrí que los hay.
Y digo descubrí porque yo no los tenía, nunca he planificado mi futuro aunque así lo parezca pero él sí, él sí tiene planes a mediano y largo plazo y yo estoy ahí, estamos ahí.
Éramos extremadamente diferentes, veíamos la vida de forma muy distinta pero en esas diferencias habíamos encontrado un equilibrio estático mágico, perfecto, una catarsis, que, si hubiera sido planeada, no hubiera sido tan idílico como lo es.
El futuro, según yo, no existe, al igual que la objetividad, y para ello me baso en Platón.
Y lo hablamos.

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