Suerte

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Vladímir

Las luces hicieron arder mis ojos. Poco a poco todo se fue aclarando. Mis pupilas se fueron dilatando a medida que trataba de reincorporarme y caer en tiempo de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.

Me encontraba en una especie de cápsula. El líquido en que yacía sumergido tenía un aspecto desagradable de color amarillo y me llegaba a la altura del abdomen. No sé si era debido a ese extraño líquido, pero había recuperado mi apariencia humana. El cristal permitía que pudiera ver todo afuera; desde las otras cápsulas vacías, hasta la especie de laboratorio en que me encontraba. Las paredes eran blancas, el suelo era de vilino. Sobre la mesa del centro había varias probetas en vidrio organizadas de menor a mayor y algunos expedientes amarillos.

Mi capsula estaba cerrada y mis brazos atados por arriba de mi cabeza, pero no lo suficientemente fuerte, pues pude deshacerme de las cadenas con facilidad. Sentía mis brazos entumecidos y adoloridos. No sé cuánto tiempo ha transcurrido, pero siento que dormí demasiado. Incluso mi cuerpo lo siento pesado.

—Lilith...

Mi hermana fue mi primer pensamiento. Los recuerdos de lo que había sucedido antes de perder el conocimiento llegaron a mi mente como una ola.

¿Dónde están todos? Hay tanto silencio en este lugar.

Delante de mi cápsula se detuvo un hombre en uniforme negro, bastante ceñido a su musculoso cuerpo, portando un arma larga, la cual llevaba colgando de su cuello y quedando a la altura de su abdomen. Su antebrazo estaba lleno de tatuajes. Un mechón de su cabello negro le caía en la frente. Tenía una gorra negra, pero vi en su oreja un auricular puesto. Físicamente aparentaba unos treinta años, dudo mucho que tenga más. Me asustó verlo ahí de repente y justo en el momento que planificaba romper este cristal.

—Hola, pollito. Hasta que por fin despiertas — su voz sonaba gruesa.

Se oía claramente su voz a través del cristal.

—¿Pollito? ¿Quién demonios eres? — respondí a la defensiva.

—Llámame Vincent.

—Que sea la primera y última que me llames así. ¿Dónde demonios estoy? ¿Dónde está mi hermana?

—Me temo que las respuestas a esas preguntas las tendrás luego.

—¿Fuiste tú quien nos trajo aquí? ¿Dónde están los demás?

—Sí. Fui yo quien los trajo. Fue divertido estar en primera fila viendo ese combate. Tus amiguitos están bien. Digamos que, la mayoría están fuera de peligro, si es lo que tanto te preocupa.

—Ellos no son mis amigos.

—Solamente murieron cinco de ellos.

—¿Qué? ¿Quiénes?

—¿No dijiste que no eran tus amigos?

—No me colmes la paciencia.

Parecía divertirse haciéndome enojar.

—Un tal Benjamín, Jenny, Nicolás y Emilia.

—Dijiste que eran cinco. Solo mencionaste cuatro.

—Debes intuir quién es la número cinco en la lista, ¿no es así?

—¿Lilith? ¿Es ella? Dime que no es ella.

—Ella había muerto desde hace bastante tiempo. Su cuerpo estaba siendo manipulado por Emilia. Por eso, al esta morir, se fue con ella.

—¡No me jodas! — le di varios puños al cristal, pero mi fuerza no era suficiente para quebrarlo como hubiese querido—. Ella no — le di patadas al cristal, pero tampoco podía quebrarlo.

—No gastes tus energías. Este cristal está diseñado para animales salvajes como tú. Ahora solamente eres un humano corriente, sin habilidades y sin fuerza, por lo que te aconsejo que no te sigas lastimando.

—Ruega de que no salga de aquí, porque serás tú el primero a quien haré trizas.

—Si vas a desquitarte con alguien, que sea con quiénes están ahí observándote— miró hacia la cámara que había en la pared de la habitación —. Me pagan por seguir órdenes, no por soportar berrinches de un tierno pollito.

—¡Púdrete, miserable!

Puso su mano abierta sobre el cristal y la descendió despacio.

—Ojalá que la próxima vez que nos veamos, sea fuera de aquí. Suerte, pollito— con una cínica sonrisa se alejó hasta abandonar la habitación.

Encadenados IV •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora