Mío

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Sé que no debía regresar, pero algo me impedía continuar. Es jodido. No dudaron en disparar, a pesar de que trabajaba para ellos.

Esos hombres lo abandonaron, sin siquiera cerciorarse de su estado. Su objetivo ahora era yo. Creen que saldré por otra ventanilla, tanto así que nadie se quedó en el almacén. 

Logré salir en reversa, sorprendido por esa sustancia oscura que mis pies segregaron en cantidad, la misma que se fue esparciendo alrededor de todo lo que había en la habitación, creando una especie de capa protectora y clausurando las únicas dos rutas de escape que tenía. La toqué y se había endurecido, al nivel de que no podía siquiera atravesarla. 

Había unas vetas de esa sustancia sobre el cuerpo de Vincent, buscaba cubrirlo, tal y como con todo lo que había en el lugar, pero algo parecía impedirlo. 

Me puse de rodillas a su lado, acercando mi oído a su pecho y oí sus débiles y suaves latidos. Aún estaba respirando, aunque cada vez su pulso se volvía más débil. 

El olor de su sangre me estaba volviendo loco. Mi mandíbula estaba temblando, no podía hacer nada más que tensarla, aunque eso implicara que el filo de mis dientes abrieran más mis encías. 

¿Qué hago? Si él es inmune al virus, no habrá forma de salvarlo. 

Me cae como una patada en los huevos, pero fue capaz de exponerse con tal de que intentara escapara. 

Mordiéndolo no lograré nada. Lo terminaré matando. Tiene suficiente con la pérdida excesiva de sangre. 

Levanté su camisa, observando con detenimiento su firme y voluptuoso abdomen. Pude ver a través de sus tejidos que hay dos balas incrustadas en su cuerpo, una en el área del abdomen y la otra en el hombro derecho. Debo removerlas. No tengo equipo para hacerlo, por lo que no me queda de otra que usar mis uñas. 

Me quité la camisa, con intenciones de usarla para detener el sangrado. Al ver exactamente la ubicación, simulé unas pinzas con mi dedo pulgar e índice para insertar solo las uñas. Debido al dolor que eso le causó, reaccionó soltando un fuerte quejido y retorciéndose en un mismo sitio. 

—Aguanta, maldita gallina. Si no hubieras hecho esa imprudencia, esto no habría pasado. 

La del abdomen era la más profunda y fue más difícil de remover. Él cooperó, a pesar de que usó la otra mitad de la camisa que iba a utilizar para detener su sangrado en morderla bien duro con los dientes. Ambos casquillos pude removerlos, pero el sangrado no se detenía. 

Estaba sudando mucho y sus labios se apreciaban demasiado pálidos. Perdía el conocimiento por varios segundos y regresaba. La maldita impotencia me estaba mortificando. 

—Por lo visto, tus poderes de sanación, solo funcionan en arañazos, más no en balazos. 

—¿Por qué no te fuiste? Era tu única oportunidad. 

Sonreí, apuntándolo con mi dedo índice en el pecho. 

—Todavía tú y yo tenemos cosas pendientes. No te podía dejar morir tan fácilmente. 

Sería un desperdicio limpiar mis manos con la camisa y no probar así sea un poco. 

Lamí mi dedo desde la base hasta la uña. Es una lástima que sea él quien porte un sabor tan delicioso y exquisito. 

«Maldición, en mal momento lo probé». Este poquito no es suficiente.

—Sírvete. Se nota que estás hambriento. La sangre que me queda puede ser tuya. Quizás ella te ayude a recuperar la energía y poderes que necesitas para ayudar a tus amigos y salir de aquí. 

—¿Crees que necesito tu permiso? —miré sus pectorales, son tan firmes y grandes que podrían pasar como los pechos de una mujer—. Tú eres mío y tu sangre también me pertenece. 

Encadenados IV •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora