Soledad

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—¡Abandona el cuarto inmediatamente, Vincent! —le ordenó ese señor a través del altavoz. 

—Si quieres salir de aquí, debes poner de tu parte— dijo Vincent en un tono bajo—. No dejes que te controlen. Su propósito es obligarlos a reproducirse. Tú no quieres convertirte en una rata de laboratorio más, ¿cierto? 

Mi mandíbula no cedía, su sangre era tan exquisita que no podía parar. 

—Cuando estemos a solas otra vez, quizá te permita tomar un poco más, pero ahora no cedas a tus instintos. Eres más fuerte que esto. 

—Segundo y último aviso— volvió a repetir ese señor. 

—Si no me sueltas terminarán entrando y sacándome de aquí. Perderás a la única persona que puede ayudarte a salir de aquí. 

«¿A salir? Pero si fue él mismo quien me trajo aquí». 

Dejé ir su cuello, recostando mi cabeza en la pared. 

Puede que lo haya infectado. No todos sobreviven a este virus. Si se muere, será más difícil, diría que imposible, salir de aquí. Solo él puede ayudarme. Seguramente conoce este lugar como la palma de su mano. Aunque me llene de ira haber sido incapaz de controlar mis instintos y de haber bebido su sangre, no es algo que pueda remediar. Estas personas conocen nuestras debilidades y tienen métodos para controlarnos, por lo que lo mejor que puedo hacer es usar a este tipo. 

[...]

Zaira

Mi esposo y yo hemos estado encerrados en una habitación acolchada, sin ventilación y encadenados. Nos traen comida todos los días, la mayoría de las veces animales. Nos hemos visto en la obligación de comer lo que nos dan. Todos los días vienen a sacarnos muestras de sangre. Ninguno de ellos nos han querido decir cómo está mi hijo y dónde están los demás. 

—¿Cómo estará nuestro hijo? ¿Dónde lo tendrán? 

—Tranquila, mi amor. Ian debe estar bien. Saldremos de esta, te lo prometo. Muy pronto nos reuniremos con él. 

—¿Cuánto tiempo más nos tendrán aquí encerrados? ¡Los monstruos aquí son ustedes! —golpeé la puerta acolchada, descansando mi frente en ella. 

Nuestros brazos están llenos de moretones por todas las muestras que diariamente nos toman. Además de la presión que ejercen esas cadenas en nuestras muñecas y piernas. 

Este encierro y la preocupación me está volviendo loca. Mis fuerzas ya no son las mismas de antes. Ese humo que mantienen circulando en la habitación, nos vuelve débiles y vulnerables. Los primeros días tuvimos cierta reacción alérgica a ello, pero después nuestro cuerpo se acostumbró. 

Yo no quiero acostumbrarme a vivir así. No quiero permanecer un segundo más aquí. 

Doce

Otro día más dónde despertar en esta habitación acolchada, es una agobiante agonía que me va quemando por dentro. No sé nada de Luna y mi princesa Amari, ni de mi hermano y el resto. He perdido la noción del tiempo en este lugar. Solo se respira soledad y un estresante silencio.

Jamás me había sentido tan solo. Se supone que me haya acostumbrado a la soledad, después de haber estado gran parte de mi vida encerrado, pero desde que conocí lo que era la compañía y el calor humano, no he hecho otra cosa que echarlo de menos. 

Es difícil conciliar el sueño, cuando solo extraño esos brazos que me hacían sentir cómodo, dichoso y feliz.

«¿Cuándo volveré a oír su voz, a ver su tierna sonrisa, a sentir sus fuertes abrazos y besar esos labios tan dulces que tan bien me hacen sentir? ¿Cuándo podré amarla de nuevo?».

Me hace falta también cargar ese pequeño cuerpecito de nuestro pedacito de cielo en mis brazos, aunque me agobie el constante temor de que pueda caerse de mis manos. Sentir la suavidad y calor de su piel. Poder ver sus ojitos cuando despierta y oír su llanto porque le hace falta su mamá. 

Recibo la visita de algunos enfermeros, quienes me traen frutas y bananas, pero ya nada es lo mismo, ni siquiera sabe igual. Todo sabe tan desabrido, nada tiene color, todo luce igual. 

«¿Por qué en un abrir y cerrar de ojos me lo arrebataron todo?». 

Encadenados IV •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora