Pollito malo

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No sé con exactitud cuánto tiempo había transcurrido desde que ese hombre partió, solo sé que un grupo de hombres en batas azules entró a la habitación. Todos traían mascarillas y libretas de anotaciones. Rodearon la cápsula en que me encontraba y el hombre que lucía mucho mayor que ellos, acercó una pequeña linterna del tamaño de un bolígrafo e hizo un círculo con ella al cristal y mis ojos ardieron.

—Prototipo #07. Como pueden observar, el experimento ha regresado a su forma humanoide. Presenta lucidez, sensibilidad a la luz, no hay reacción alérgica presente en la piel.

Conforme iba hablando, ellos hacían anotaciones en las libretas.

—¡¿Quiénes son ustedes?! ¡¿Dónde demonios me tienen?! ¡¿Qué es lo que quieren de mí?!

Él siguió hablando con ellos, ignorando por completo mis preguntas.

—¡Te estoy hablando, viejo decrépito! ¿Dónde está mi hermana? ¿Dónde la tienen?

Guardaba una esperanza de que Lilith aún estuviera con vida. No quería creer en lo que ese tal Vincent me dijo.

Necesito salir de aquí y buscarla, pero mis fuerzas no son las mismas. Soy incapaz de transformarme, por más que lo he intentado. Es como si mi cuerpo hubiera perdido sus poderes.

—Necesitaré unas nuevas muestras. Te lo encargo— le dijo ese señor a otro.

Presionó un botón que se encontraba en la pared, justo al lado izquierdo de mi cápsula, provocando que ese extraño líquido resultara drenado, mientras que un humo blanco salía expulsado de varios ductos superiores, causando que mis ojos ardieran y que no pudiera luchar más contra el cansancio.

Cuando desperté, no podía ver nada, pero supe que estaba acostado en una especie de camilla por la frialdad del metal y lo plano. Sentía el cuerpo pesado, mis ojos se encontraban vendados y mis extremidades amarradas.

Mis fosas nasales instantáneamente percibieron el dulce aroma de Luna. La frialdad en mi cuerpo se disipó, elevando de manera inmediata mi temperatura. 

—¡No me pongas tus sucias manos encima! — era ella, no me equivoqué, es su voz.

«¿Qué le pasa? ¿Qué le están haciendo?».

—¿Luna? —le llamé.

—¿Vladimir? ¿Eres tú? ¡No te atrevas a ponerme un dedo encima o no respondo, cerdo!

—Yo no te estoy tocando. Jamás tendría ganas de tocarte.

—¿No es magnífico? Seremos testigos de la unión de una misma especie. ¿Cuál será el resultado de esta majestuosidad? — era la voz de ese señor, aunque se oía que provenía de un altavoz. 

Era mi cuerpo el que estaba reaccionando a su aroma, pues este se volvía más intenso a medida que el tiempo transcurría.

Podía percibir en mi paladar el exquisito y dulce sabor de su sangre. Mis colmillos anhelaban clavarse en su carne fresca.

Quería y debía ir en contra de mis propios instintos, pero esa necesidad se hacía más potente, haciendo que poco a poco perdiera la batalla y el control de mi propio cuerpo y mis acciones.

En medio de la oscuridad, mis sentidos se volvieron más sensibles y se agudizaron, sobre todo, el de la vista. Las ondas de calor que su cuerpo emitía, me llamaba. Podía ver su silueta tendida sobre otra camilla, las partes de su cuerpo dónde se concentraba el calor, algo que solo empeoraba todo.

Mis brazos, piernas y cuello fueron liberados de repente, todos al mismo tiempo. Aunque una parte de mí estaba consciente de que debía desistir, seguir luchando conmigo mismo para ir en contra de esos desgraciados que nos están haciendo esto, era meramente imposible.

Mi salto se vio frustrado por la fuerza de alguien que me tomó en el aire y arrojó mi cuerpo hacia la pared de concreto. Intenté arrancarme la venda de los ojos, pero la persona presionó mi cabeza contra la pared.

La silueta era grande y amplia, como la de un hombre. Podía apreciar varias zonas rojas. Su temperatura corporal está bastante caliente. No sé quién era, pero su olor era casi igual de agradable y atrayente que el de Luna.

Comprobé que, en efecto, era un hombre, cuando por instinto subí sobre él. Apetecía con locura y ansias ese sabor en mi paladar, por eso no le di tiempo a evitarme, simplemente lo tumbé con las fuerzas que no sabía que había recuperado hasta ahora y lo mordí en el área del cuello, pues era una zona donde el calor se concentraba y la que tenía a mi disposición.

Su deliciosa sangre corrompió mi boca y mis sentidos. Por debajo de mi piel ardía y la taquicardia se hizo presente.

Lo extraño había sido que el hombre no opuso resistencia en ningún momento, todo lo contrario, estaba bastante dispuesto a entregarme su sangre y a soportar el dolor de mis colmillos en su carne y la fuerte tensión de mi mandíbula.

—Eres un pollito malo, ¿eh? — reconocí su voz agitada, era ese hombre, el tal Vincent.

«¿Qué estoy haciendo?».

Encadenados IV •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora