Capítulo 15

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Nuestro silencio


Tiene que estar listo para defenderse, en caso de que las fuerzas del imperio empiecen la búsqueda de los estudiantes rebeldes. Al menos el dolor se fue con los días, con la ayuda del resto y las distracciones. Con el tiempo dejó de pensar tanto en aquella noche, pero de repente todo vuelve a él, después de todo, tiene que confrontarlo en algún momento.

Alistair construye una serie de objetivos alrededor suyo, algunos ante la luz de luna, otros ocultos entre las ramas del bosque. Un camino que simula emboscadas y acorralamientos.

Gira su bastón alrededor suyo, dibujando un círculo para alzar un anillo de arena. Así inicia su carrera personal.

Salta troncos y esquiva las ramas.

Cada que una figura se alza en las sombras, golpea con su bastón la arena y, en un destello plateado, una estaca de cristal atraviesa al objetivo.

Se repite cada que se fija en una presencia.

Detrás de las hojas.

Deslizándose por debajo de un árbol caído, golpea una figura a la espera.

Extiende su fajín para aplastar una silueta oculta.

Hasta que se detiene delante del último cúmulo de piedra, gruñendo al clavar el talón en la tierra y girando para tallar el suelo con un círculo de luz.

La arena se alza desde debajo del objetivo, con un golpe de su taliamigo la hace cristalizarse al momento. Las piezas quebradas se mantienen conservadas dentro de una escultura de puntiagudos vértices.

Jadea al erguirse, mientras se limpia el sudor de la frente con el antebrazo. Pero aún no alcanza aquel punto habitual de debilidad, sólo el cansancio común de haber entrenado.

Sin embargo, siguen sin sentir el sopor del sueño, su mente continúa bien despierta. Trató con un té que le sirvió el señor Porter, incluso si él mismo se encontraba agotado por el día de trabajo. Tampoco pudo con estudiar hasta el aburrimiento, ninguno de sus intentos lograba acallar el suave susurro de sus preocupaciones.

Juega con una canica de metal entre sus dedos, el resto del material formando un montón de polillas que trepan por sus hombros. Se siente acompañado en esa idea, pensando en, quizás, poder alcanzarla pronto. Pero es muy fácil usar magia para cambiar las cosas, sin embargo, no lo consigue con su cuerpo, no importa cuánto lo desee. Simplemente hay cosas que no se pueden cambiar y, pensándolo, ya está muy acostumbrado a ello; no es menos por tener aquella maldición, no, ha podido llegar hasta ese día, incluso si hubieron muchos altibajos.

—Lo hice. —susurra para sí mismo.

Sostiene a Eriko en su mano, para abrazarlo contra su pecho y, ahora para él, lo vuelve a repetir.

Se siente bien decirlo, decírselo luego de dudarlo tanto. Sí lo ha hecho, siempre ha estado avanzando al levantarse, incluso si todos los demás no tenían esas repentinas caídas. Quizás otros las tuvieron peores, pero piensa en cómo él lo hizo con su vida, no la de los demás. Este es su logro y los demás tienen los suyos.

Por ello se deja ir por el impulso de danzar en la oscuridad de la noche, girando y usando los círculos para limpiar el desastre de su entrenamiento. Cada material peligroso rodeándolo en esa silenciosa fiesta entre tarareos y el sonido de sus zapatos contra la tierra, cerrando sus ojos para sentir la calma que durará hasta la mañana. Por unas horas aún no alcanzan el Día de la Unidad, todavía puede bailar sin miedo de ojos ajenos.

Se detiene frente a la luna, una mano alzada en su dirección, notando la última cara de esta, prácticamente llena y observando en el medio de la noche. Es imposible tapar su luz, la acepta sin temores ni juicios.

De plumas doradas | Hunter x Male!OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora