Percepción y peligro

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Estoy cansada.

Ya no tengo con qué luchar.

¿Dónde estás?

Te metiste en mi vida y ahora te desapareces.

No puedo odiarte.

Solo espero que vuelvas.

Me volveré loca con esta añoranza.

-

-

La oscuridad.

Entrando al sótano de una cabaña muy, muy lejana, dentro se encontraba un pobre hombre encadenado. Sin trozos de piel en su cara y cuerpo, sin dedos en sus manos, pidiendo desesperadamente ayuda. Sus lágrimas divagaban por su rostro desfigurado, haciendo que la piel sobrante arda. Una tortura fantástica, perfecta, que hace que por primera vez me sienta satisfecho de lo que he hecho. La persona tirada en el suelo, no tiene más palabras de clemencia que decir. Sus cuerdas vocales se han roto, al parecer, solo puede gemir del dolor.

Cada movimiento que hace su cuerpo, le duele. Ha muerto unas dos veces, pero ha sido revivido nuevamente para su sufrimiento, con equipo especializado, esto alargando más su martirio.

¿Se hacen una idea de quién es?

¿No?

Es evidente quien es.

Bueno.

Daré una pista.

—Por violar a mujeres inocentes. —Me puse en cuclillas al frente de él, tomándole el poco pelo que tiene ahora.

¿Ya se hacen una idea?

¿Sí?

Muy bien.

Correcto.

La persona mugrienta que está en el sótano, con un pie en la muerte y el otro en la vida, es solo una basura.

Una basura llamada Gabriel.

No le den importancia. Solo es un miserable que muy pronto morirá.

—Ya no tienes nada más por decir ¿Eh? —Le digo, se revuelca en el piso tratando de zafar mi agarre, ya no tiene más energías. Ahora solo espera desesperadamente la muerte. —Qué asqueroso te ves. Pero como soy bueno, te dejaré descansar al fin.  

No dije nada más, me levante y camine hasta la mesa del rincón, tome un cuchillo de la bandeja y volví a dirigirme a él. Le corté la garganta lentamente, para que tenga una muerte lenta y dolorosa. Se retorció intentando liberarse nuevamente de mi agarre, mientras que yo lo veía a los ojos. Esperaba su muerte.

Su sangre chorreaba por mis manos.

Qué satisfacción me da verlo morir.

Ver sus ojos y darse cuenta de que su alma poco a poco se diluye en el océano de la muerte.

Cuando por fin dejo de moverse, supe que estaba muerto. —Ya no volverá a acercársele a mi angelito. — Eso era lo que se merecía alguien como él, Alessandra jamás se hubiera dado cuenta de la maldad de esta basura.

Por supuesto, mi angelito jamás sabrá que el murió.

A mi angelito tengo que entrenarla.

Tiene que defenderse. Pero me tiene más angustiado su hermana. Por suerte tiene a mis hombres que la protegen a lo lejos. Tengo que pensar en algo para convencerlas a practicar defensa personal.

Tentación siniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora