Capítulo 18: Mensajes

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Emmie me llevó al veterinario y dejé a Bobo y a la perrita, indicando que vendría por ellos antes de ir a la universidad

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Emmie me llevó al veterinario y dejé a Bobo y a la perrita, indicando que vendría por ellos antes de ir a la universidad. No sé cómo me darán los tiempos pero lo haré.

Ya estaba llegando tarde al trabajo porque al señor veterinario no se le ocurrió abrir antes. Además, me había levantado más tarde de lo que debería porque el señor Larken se había quedado con mi teléfono.

Emmie me dejó en la puerta y se fue. Me ha querido preguntar sobre lo que vió el sábado pero evité el tema. Luego le contaría todo con lujo de detalles. Ahora tenía que enfrentarme a la furia de mi jefe por llegar tarde...por enésima vez, je je.

Alba me miró y buscó algo en mis manos.

—No traje cupcakes hoy —hice una mueca, ni siquiera yo había podido desayunar.

Ella volvió a su cara amargada y me dió de mala gana mi pase.

—¡Te prometo que te traeré una caja para ti sola mañana!— le dije mientras caminaba para atrás hacia el ascensor.

Puso los ojos en blanco y me reí antes de apretar el botón para llamar al ascensor. Entré y subí, ya no tenía nervios de llegar tarde, sería como siempre, Lucinda esperándome de brazos cruzados del otro lado diciéndome que Aaron está molesto, me mandará a su oficina, él me regañará y me pedirá amablemente que me quede una hora más.

En conclusión, no llegaré a mi primera clase por ir por Bobo y la perrita.

Como predije, cuando las puertas de metal se abrieron me encontré con Lucinda de brazos cruzados y ceño fruncido.

—Dijiste que ya no pasaría.

—Buenos días —sonreí un poco incómoda.

Su entrecejo se frunció más, si eso es posible.

—¿Puedo explicarte?— pregunté mientras salí y ambas caminamos a nuestros escritorios.

—Ahórratelo para el jefe, está furioso.

—Él ni siquiera me pregunta —me encogí de hombros y dejé mis cosas.

Caminé a la oficina lo más tranquila que pude.

—June —me llama Lucinda. Me giré y ella se me acercó, traía un pañuelo con ella—. Tienes pasta de dientes, niña —me limpia la blusa.

—No me di cuenta —me miré.

Ella negó con la cabeza y tiró el papel. Puso sus brazos en jarras y me examinó de arriba abajo, como haría una madre con su hijo antes de dejarlo en la escuela. Internamente, estaba sonriendo como nunca. Nunca me habían mirado ni tratado así.

—Ven aquí — me acerco a ella y me abre un botón de mi blusa roja—. A estos tipos si no los seduces, te echan —me acomoda el cabello sobre mis hombros y me gira sobre mis pies empujándome a la puerta de cristal—. Suerte, cariño —toca por mí y se va antes que esta sea abierta.

Ni Que Fuera Casualidad [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora