Sin una gota de esperanza ☆

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Kim

Mi vida había salido de su zona de confort en unos pocos días, la rutina siguió siendo la misma con la diferencia de que mi cabeza se quedó con Porchay el día que me dejó en el baño del restaurante.

Podía afirmar con seguridad que siempre fui un hombre enteramente profesional, seguro en lo que hacía y jamás escuché quejas al respeto, hasta que el día anterior Vegas entró a mi oficina quejándose por un trabajo mal hecho.

Joder, eso no era propio de mí. Yo estaba tratando duramente el poder enfocarme y continuar con mi vida como si nada hubiera pasado, ilusamente creí que eso sería posible, no contaba con que mi buen sentido común estuviera en graves problemas.

—Hermano—me llamó Kinn, poniéndose delante de mí.

—Lo siento —sacudí la cabeza intentando recordar si él había preguntado algo—. ¿Decías algo?

Me estudió de cerca, tratando de deducir el motivo de mi distraído comportamiento.

—Te decía que ya estamos listos en la biblioteca —anunció antes de fruncir el entrecejo—. ¿Sucede algo? Has estado distraído estos días.

Decir distraído era un eufemismo.

—Mucho trabajo, eso es todo —me excusé engañosamente.

Kinn puso una mano en la barra de la isla y me miró con desconfianza.

—¿Estás seguro? —asentí—. Bien, te dejaré descansar, Mew y yo podemos terminar el trabajo por nuestra cuenta —anunció.

Eso implicaba otra ronda de pensamientos pesimistas y maldita sea, no los quería ni un poco.

—Estoy bien —aseguré—. No voy a perderme el dejarlos con la boca abierta —dije faranduleando.

—Eres un presumido —comentó divertido.

Le pasé un brazo por los hombros para guiarlo escaleras arriba, el estruendo de las escandalosas carcajadas de Porsche me hizo fruncir el ceño.

—Subamos antes de que ese loco termine rompiendo algo —nos apresuré.

Kinn sonrió dulcemente y, Dios mío, se sentía tan condenadamente bien verlo contento, que no me importaba tener que soportar al insolente de su novio si lo tendría tan radiante.

Cuando estuvimos dentro de la biblioteca de casa, me di cuenta de que no solo estaba Porsche dentro, sino también el resto de sus amigos.

Excepto uno.

Me detuve detrás de un escritorio mientras cruzaba los brazos sobre mi pecho, los chicos sonreían desbordando alegría y bienestar. Sus vidas parecían perfectas, y yo me sentía ridículamente patético.

No es como si hubiera esperado sentirme tan contento como ellos cuando estaba con Porchay, no es como si en algún momento hubiera pensado que duraría y que, con suerte, podríamos sacar algo bueno de esa cosa que teníamos, no es como si me hubiera ilusionado ni nada similar.

¡Jodida mierda!

Había hecho cada una de ellas y nunca me sentí tan idiota y herido. Me sentía como un adolescente al que le habían roto, por primera vez, el puto corazón. No era la primera vez que me recriminaba haber caído bajo los encantos de Chay, pero vamos, tampoco dije que me arrepentía, aunque eso no quiere decir que no duela como la mierda haber sido solo un pasatiempo en su vida.

—¿Alguien sabe algo de Porchay? —preguntó Porsche llamando mi atención.

—No, lo hemos llamado hasta el cansancio y no responde, eso es tan raro de él —comentó Isa.

Caer en tu sonrisa - SONRÍE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora