¿Qué debería hacer? ☆

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Champ 

El viento que generaba el impulso de mis rollers, hizo que se me pusiera la piel de gallina, maldije mentalmente por haber optado por una chamarra delgada. 

Me aferré a las tiras de mi mochila cuando estuve llegando a la curva del parque. Amaba subirme a las ruedas, me hacía sentir libre, como si pudiera volar. Lo hacía todo el tiempo, iba de un parque a otro experimentando diferentes caminos aunque ya había estado en este en particular, cuando conocí a los amigos de Chay. 

Y aquí tenemos al culpable de mi malestar, había salido de casa con la idea de montar las ruedas y salir a pensar qué demonios debía hacer con respecto a mi amigo, pero no estaba funcionando para nada. 

Resoplé cansado mientras me acomodaba el gorro sobre mi cabeza, me metí por uno de los caminos del centro para tener algo de libertad sin temer chocar a alguien. Bajé la vista para tirar de mi camisa que se estaba subiendo por el roce de mi mochila contra el viento y de un momento a otro, el impacto de un cuerpo enorme me hizo caer, y al siguiente segundo yo estaba volando por el aire. 

Caí en picada sobre el firme suelo de cemento, un dolor intenso se instaló en mi antebrazo y cuando le eché un vistazo, me encontré con mi abrigo rasgado, me sostuve el brazo y levanté la vista buscando al culpable de mi caída, lo pude ver a lo lejos, el maldito se había ido sin intentar ayudarme. 

 —¡Imbécil! —le grité tan fuerte como pude, pero ni siquiera se giró—. Maldición. 

Dolía hasta la médula y no quise ni mirar por la impresión que me causaba. 

 —Oye ¿estás bien? —preguntó una mujer arrodillándose a mi lado. 

—No, me duele y ese imbécil ni siquiera volvió a ayudarme —respondí furioso. 

—Tranquilo, te voy a ayudar —anunció, mirando de cerca y arrugando la frente. 

 —¿Tengo sangre? ¿Se ve mal? Me da impresión la sangre —espeté asustado. 

 —Estás sangrando, te llevaré a un hospital —dijo tomando mi mochila. 

 La miré con horror. 

—No, no. No me gustan los hospitales, voy a estar bien, solo ayúdame con mis zapatillas, por favor. 

 —Estás sangrando, cariño, no puedo dejarte ir así —comentó, genuinamente preocupada. 

Me ayudó a colocarme las converse y luego guardó mis rollers, me tomó de la cintura para ayudarme a ponerme de pie mientras que yo seguía sosteniendo mi brazo. 

 —Gracias, tomaré un autobús en la próxima cuadra —comenté haciendo señas para que me devolviera la mochila. 

—Si no quieres ir a un hospital, entonces déjame llevarte hasta mi casa para curarte allí.

Mi rostro se elevó para mirarla a los ojos, ya que era bastante más alta que yo, la desconfianza se vio reflejada en mi cara porque ella sonrió dulcemente. 

—Haces bien en dudar —dijo con aprobación—. Pero solo intento ayudarte, mi nombre es Sofía, pero puedes decirme Sof, soy enfermera —se presentó. 

La examiné de cerca, intentando saber si era del prototipo que te robaban los órganos o algo parecido, pero cuando todo lo que vi fue a una mujer repleta de rizos y una sonrisa amable, la primera opción quedó descartada. 

—Bien, vámonos, pero no intentes robar algo porque te aseguro que no tengo nada —advertí. 

Ella soltó una carcajada. 

Caer en tu sonrisa - SONRÍE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora