Y el abogado se dirigió a su casa lleno de pesadumbre. «Pobre Harry Jekyll —pensó—. ¡Algo me dice que está con el agua al cuello! Es cierto que de joven era impetuoso, pero ha pasado mucho tiempo desde entonces. Claro que, según la ley de Dios, los delitos no prescriben. Sí, debe de ser eso. El fantasma de un antiguo pecado, el cáncer de alguna vergüenza escondida: el castigo llega finalmente, pede claudo, años después de que la memoria haya olvidado y el amor propio haya perdonado la falta». Y asustado por esta idea, Utterson se entregó un rato al recuerdo de su propio pasado y exploró todos los rincones de la memoria por ver si alguna antigua iniquidad saltaba de pronto a la luz como un muñeco de una caja de sorpresas. Su pasado era realmente intachable. Pocos hombres podían pasar revista a su vida con menos temor, y aun así se sintió profundamente avergonzado por las muchas cosas malas que había hecho, pero se recompuso y experimentó una serena y temerosa gratitud al evocar cuántas había estado a punto de hacer y sin embargo había evitado. Y, volviendo entonces sobre el tema de antes, vislumbró una chispa de esperanza. «Seguro que ese señor Hyde —pensó— tiene sus propios secretos: secretos negros, a juzgar por las apariencias; secretos en comparación con los cuales las peores acciones del pobre Jekyll serían luminosas como un rayo de sol. Esto no puede seguir así. Me dan escalofríos al imaginar a ese individuo acercándose como un ladrón a la cama de Harry. ¡El susto que se llevaría al despertar el pobre Harry! Y ¡el peligro que correría! Porque si este señor Hyde sospecha de la existencia del testamento, podría ponerse impaciente por heredar. Tengo que poner manos a la obra, si es que Jekyll me lo permite —añadió—. Si se aviene a permitírmelo». Y una vez más, nítidas como una transparencia, se representó las extrañas cláusulas del testamento.
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El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde
KorkuUna calle estrecha y miserable. Los oscuros ladrillos de las casas parecen impregnados por todos los crímenes, pecados y miserias de las gentes que allí tienen sus guaridas. De pronto, algo mucho peor, más monstruoso, sobresalta el ánimo de Robert L...