El atardecer sobre las nubes, que se podía ver desde la pequeña ventana del avión que surcaba el cielo de China, era una belleza: los colores dorados que de a poco se transformaban en rojos, el blanco salpicado de gris de las nubes y arriba el cielo azul cada vez más oscuro, daban paso a las primeras y tímidas estrellas.
Chen Xiang miraba todo ese espectáculo sin entusiasmo: su mente divagaba mientras a su lado alguien le leía una larga lista de todo lo que debía hacer en los días siguientes. Eran muchas cosas, demasiadas para su cuerpo y su mente agotadas por el esfuerzo y la falta de sueño.
La monótona voz hizo que cabeceara un par de veces. En un momento levantó una mano con brusquedad y le pidió que se detuviera:
—Necesito dormir un poco.
—No puedes —le respondieron—. Llegaremos al aeropuerto en media hora.
—Entonces dormiré media hora —Chen Xiang se puso los auriculares y se dio vuelta de cara hacia la estrecha ventana, mientras observaba el sol que moría, y los hermosos colores del atardecer que se apagaban de a poco. Ya no quería escuchar a nadie.
Esa era su vida: aviones, hoteles, trabajo y más trabajo. Llevaba años así, casi desde su adolescencia, y jamás había protestado ni se había quejado por la falta de descanso, los extensos horarios o el poco tiempo que tenía para sí mismo. Le habría gustado ir a la playa en verano, a esquiar en invierno, o hacer carretera en su moto, sin rumbo fijo. Habría querido sentarse en un café a tomar algo y mirar pasar a la gente. Ser normal. Pero él no era normal.
Chen Xiang nunca se imaginó que la fama iba a ser algo tan difícil de sobrellevar: cuando aún no era conocido y había comenzado su esfuerzo de años, aprendiendo a bailar y entrenando en todo tipo de habilidades escénicas, soñaba con dar su primer autógrafo y con tener muchos fans que gritaran su nombre o que le pidieran una foto. La idea de un futuro en donde fuera reconocido lo llenaba de ilusión. Como cualquier chico, había idealizado la vida de los artistas, y los veía rodeados del amor y la admiración de sus seguidores.
Los años, el esfuerzo continuo y la propia fama que había llegado, sumando opiniones a favor y en contra de sus habilidades, las críticas y la persecución constante, fueron apagando su entusiasmo inicial: de ser un chico alegre y algo desinhibido, se había vuelto frío y reservado a los ojos del público, inconforme con sus logros y siempre buscando superarse, a pesar de que había mejorado notoriamente sus habilidades como bailarín y cantante primero, y luego como actor. Trataba de ser fuerte y hacer oídos sordos a las críticas. Sabía que por su condición de ídolo juvenil muchos no perdonaban su ascenso, pero no podía evitar la sensación de que debía probarle a los demás que no era una de las tantas estrellas fugaces que había en la industria del entretenimiento. Estaba harto de que la gente pensara que había llegado a ser famoso gracias a su apariencia.
En algunas ocasiones sentía que su mente se estaba agotando. Su físico joven le respondía con su energía habitual, aunque el estrés acumulado lo solían pagar su estómago o su garganta: se enfermaba demasiado seguido, y su médico ya había perdido la cuenta de las veces que le había recomendado un descanso.
A veces se rebelaba y lograba un poco de tiempo libre, que utilizaba para pasear en su moto por las afueras de Shanghai, en sitios donde nadie lo reconocía. Esas horas de libertad, con la velocidad y el aire que lo golpeaba cuando aceleraba su máquina, lo llenaban de energía. Pero poco a poco también había tenido que priorizar su carrera, y tenía su querida moto casi abandonada en un garaje. Su agenda para el resto del año estaba llena: imposible descansar.
***
Xiang se encontraba durmiendo en un hotel, en la ciudad de Changsha. Había llegado la noche anterior y se había podido acostar a dormir por cinco horas. Cuando sonó su alarma a las seis de la mañana, se despertó sin saber bien dónde estaba. La habitación se sentía cálida con los primeros rayos de sol que entraban por la ventana, y la cama estaba demasiado tibia y cómoda como para abandonarla. Volvió a cerrar los ojos y disfrutó de la sensación, cuando sintió unos insistentes golpes en su puerta.
—¿Estás listo? —le preguntó su asistente, que entró con rapidez y sin saludarlo, y se sentó en un sillón con la carpeta que tenía el itinerario del día en la mano. Cuando vio que el chico no estaba vestido, se impacientó—: Ve a bañarte de una vez —le ordenó—. En diez minutos debemos estar en la camioneta, y en veinte en la sesión de fotos, y todavía te falta el maquillaje y que arreglen tu cabello. ¡Apúrate, Xiang!
—Quiero café —respondió el chico, de mal humor.
El asistente tomó el celular:
—Lee, ve al Starbucks más cercano y compra un latte grande y un sándwich.
Xiang desayunó en la camioneta, camino a su primer trabajo del día y rodeado por las cinco personas que su agencia había puesto para que se encargaran de él. Algo distraído, los observó: primero, sentado a su lado, estaba el asistente, un hombre que apenas conocía y que era bastante joven aunque rígido y dominante, y que lo único que hacía era darle órdenes. Después había tres custodios, necesarios para contener a las fans que lo corrían por todas partes y le ponían cámaras o celulares casi pegados a su cara, con tal de tener una foto o una grabación exclusiva. Por último el chofer, una persona a quien tampoco conocía. De los custodios, el más cercano a él era Lee, que era el encargado de su protección en primera línea, transportar sus pertenencias y proveerlo de algunas necesidades básicas.
Xiang se aislaba del mundo durante los traslados: se ponía auriculares y escuchaba su música preferida, se cubría el rostro con gafas de sol y mascarillas, y también el cabello con alguna gorra. Había aprendido a tenerle miedo a las fans: aunque trataba de disimular, le daba pánico cuando la circulación del pequeño grupo que lo protegía se cortaba si ellas no los dejaban pasar. Algunas veces los habían rodeado, y había tenido que esperar, mirando al piso y sin moverse, a que se abriera una brecha en el mar de gente y que los custodios pudieran sacarlo del lugar sano y salvo.
Se cansó de pensar: tomó su móvil y se dispuso a jugar algún juego que lo distrajera. Pero cuando lo abrió, le llegó una publicidad. Molesto, estuvo a punto de cerrarla, cuando le llamó la atención un bello paisaje de campiña, con un castillo medieval rodeado de un jardín al que el otoño había adornado de los colores amarillos, naranjas y rojos de las hojas de unos grandes robles. Un camino largo y solitario invitaba a recorrerlo: una agencia de viajes promocionaba los encantos del sur de Francia: la Costa Azul, Toulouse, Niza, y después los bellos pueblos antiguos de Arlés, Avignon y Carcassonne.
Un sentimiento extraño se adueñó de Xiang. Sintió en su corazón un anhelo que nunca había tenido: se vió a sí mismo como un ave enjaulada que apenas podía batir sus alas en un pequeño espacio, pero nunca volar, y deseó irse lejos de todo. Una terrible sensación de encierro lo abrumó. Intentó abrir una ventanilla de la camioneta para tomar aire, pero alguien se lo impidió:
—¿Qué te pasa? ¡No puedes abrir! Si alguien te ve, nos perseguirán —Su asistente sujetó su brazo para detenerlo, mientras hablaba.
El chico sintió que se ahogaba. Intentó pedir auxilio, pero de su boca no salió una palabra. Creyó que iba a morir, y lo único que pudo hacer fue levantar su mano hacia su custodio, que se dió cuenta de lo que le estaba pasando y se apresuró a sujetarlo. Xiang cayó entre sus brazos, sin sentido.
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Obsesión en francés
RomanceSi eres un chico joven, tener una aventura con una mujer mayor puede resultar una experiencia interesante. Salvo que la mujer se obsesione contigo. Historia de mi autoría. Prohibido traducir, adaptar o resubir.