El viaje de vuelta al hotel, a pesar de ser rápido, se les hizo eterno. Sienna lo miraba con algo de timidez, pero mordiéndose los labios, y el chico casi no podía mantenerse con la vista en el camino.
No habían dicho nada, pero los dos sabían lo que querían. Cuando entraron a la cabaña, Xiang cerró la puerta con un golpe seco y se apuró a abrazar a Sienna, que lo esperaba con la respiración agitada.
Mientras hacían el amor, Xiang sintió que en el futuro no iba a querer estar con otra mujer que no fuera ella: quería que todo su apasionamiento, sus caricias y sus besos fueran solo para él. Cuando la sintió temblar entre sus brazos, ya no pudo contenerse.
Mientras se besaban con lentitud, recuperando el aliento, Xiang le dijo que era fantástica, ella le respondió con un “lo sé” que lo hizo reír tanto, que los dos casi se cayeron de la estrecha cama.
—Eres una presumida… —le aseguró, entre risas.
***
Siguieron recorriendo el país. Pero ya les importaba poco: lo que más conocieron de las ciudades fueron sus hoteles, donde hacían el amor con todo el fuego que se había desatado entre ellos, sin importarle el ruido que hacían. Al otro día se marchaban antes de que sus vecinos se quejaran.
Más allá del deseo, Sienna había despertado en Xiang cosas en él que ni sabía que podía sentir. Sin darse cuenta, se estaba enamorando. Y sabía que en poco tiempo todo iba a terminar.
Sienna veía que a veces Xiang se quedaba serio, pensativo.
—¿Qué te pasa, bebé?
—Nada, linda. Todo está muy bien.
—Uhhhhh...
—¿Qué...?
—Que no sabes mentir ni un poquito —Los expresivos ojos de Xiang lo delataban, y ella había aprendido a adivinar cuando estaba preocupado por algo—. Vamos… Dime qué te pasa.
—Es que estoy pensando en que cuando vuelva a China...
—Ah, era eso —Sienna lo interrumpió: ella tampoco quería pensar en ese día.
—¿Quieres ir conmigo a China, Sienna? —le preguntó el chico, de pronto—. Tú ya viviste allá…
La chica no se sorprendió por el pedido de Xiang: a veces, en sus charlas, él le hablaba de su país, como intentando que ella le contara su experiencia en su país.
—Volví a Estados Unidos porque no pude adaptarme, Xiang —le respondió la chica—. Me sentía como un pájaro enjaulado y yo no puedo vivir así…
—Pero ahora será diferente, linda… —Xiang quería llevársela con él, pero tampoco estaba seguro de sus sentimientos—. Tal vez, si tu quieres… podremos estar juntos…
—Xiang… —musitó Sienna—. Lo pensaré, ¿sí? Pero prométeme que no me seguirás insistiendo con eso… Quiero disfrutar de este momento, sin roces ni discusiones, ¿está bien?
—Está bien. Lo prometo… —Sienna vio cómo Xiang escondía su disgusto con una sonrisa, y trató de que las lágrimas no se asomaran a sus ojos.
***
Los tres meses se cumplieron, y Xiang llevó a Sienna de vuelta a Nueva York, antes de volver a su país. Su última noche juntos fue triste y agridulce. Hicieron el amor con pasión y cariño, pero con la sensación de que era el final, y que después de eso nunca más iban a volver a verse.
Xiang le había prometido que no le volvería a pedir que se fuera con él, y mantuvo su promesa, pero esa última noche le hizo un regalo: tenía una pequeña cajita, que le entregó a la chica. Eran dos pulseras, una con un dije que representaba a un buey, y otra que representaba a un dragón.
—Mi signo es el buey, y el tuyo el dragón. Llevaré tu signo conmigo, y te daré el mío para que me recuerdes —le dijo, con la voz entrecortada—. No perderé las esperanzas de que algún día vayas a China. Quiero que sepas que te esperaré el tiempo que sea…
Xiang le puso la pulsera a la chica, que dejó escapar algunas lágrimas mientras lo ayudaba a ponerse la suya. No quiso que ella lo acompañara al aeropuerto: prefirió despedirse en el hotel, y que ella se fuera a su casa, como en un día normal. Pero no lo era: después de que se abrazaron por última vez, Sienna salió de la habitación y corrió hacia el ascensor. No dejó de llorar hasta que llegó a su casa.
***
El viaje hacia China fue eterno y triste: Xiang sabía que su regreso se iba a filtrar, y en el aeropuerto iba a haber muchos periodistas, aparte de sus fans y sus detractores, que ya se habrían encargado de hacerlo pedazos en las redes. También tenía que hacerse cargo de la furia de los de la agencia. Había llamado a Lee para avisarle la hora de su llegada: sus asesores legales habían arreglado todo, y ahora el hombre era su custodio privado.
Cuando llegó al aeropuerto de Shanghai, el lugar era un infierno: la policía había hecho un cordón para que el chico pasara, rodeado de sus custodios. Los flashes de celulares y cámaras se disparaban casi sobre su cara, y los periodistas le gritaban preguntas mientras el grupo aceleraba el paso rumbo a la salida.
Cuando por fin llegaron a la van, Xiang tuvo un dèja vu: vio al asistente, sentado frente a él. El hombre lo miró con curiosidad, pero no dijo nada, y sacó un fajo de papeles. Empezó a recitar todo lo que el chico tenía que hacer.
—Hoy no —lo interrumpió Xiang—. Recién llego de un viaje de dieciséis horas. Me voy a dormir a mi apartamento. Empiezo mañana.
—No se puede, Xiang, hoy… —replicó el asistente.
—¡Dije mañana!
Todos los que estaban en la van se quedaron mudos. Lee observó al chico: notó que en esos pocos meses había cambiado mucho.
—Está bien. Mañana a primera hora te paso a buscar —respondió el asistente, malhumorado, antes de bajarse de la camioneta.
Lee llevó a Xiang a su apartamento, en silencio. Esos tres meses y sus experiencias habían hecho madurar a Xiang, pero también parecían haberlo golpeado.
—Xiang, ¿estás bien? —le preguntó.
—No, Lee. No estoy nada bien.
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Obsesión en francés
RomanceSi eres un chico joven, tener una aventura con una mujer mayor puede resultar una experiencia interesante. Salvo que la mujer se obsesione contigo. Historia de mi autoría. Prohibido traducir, adaptar o resubir.