Cargando con su traductor, Xiang bajó a la recepción del hotel al día siguiente. No quería que nadie se diera cuenta de la situación en la que se encontraba, pero esperaba que alguien pudiera ayudarlo. Habría sido fácil llamar a China y pedir ayuda, pero sabía lo que eso significaba: una reprimenda de la gente de la agencia y una humillante derrota para su ego, aparte de una vigilancia mucho más estrecha.
Le preguntó al recepcionista si sabía hablar su idioma. El hombre lo miró con una expresión en la que se notaba que no había entendido nada de lo que le había dicho, y después le respondió algo que él tampoco entendió. Xiang sacó el traductor y repitió la pregunta. Ahí se enteró de que en el hotel había una empleada hija de chinos, pero que trabajaba por las tardes. Un poco más esperanzado, desayunó en el hotel y luego salió a dar una vuelta sin alejarse demasiado: no quería perderse en esa ciudad que ahora no le parecía tan linda.
Todo era un caos: la gente corría de un lugar a otro, apurada por llegar a sus destinos, y los autos que intentaban pasarse unos a otros lo ensordecieron con sus bocinas. Los edificios eran enormes y se perdían en la altura, y Xiang trató de no poner cara de susto, por miedo a que alguien se diera cuenta de que estaba perdido.
Después de unas horas de deambular por los alrededores del hotel, comenzó a sentir hambre, pero no tenía dinero americano. Solo contaba con sus tarjetas de crédito emitidas en China, pero como su custodio siempre compraba lo que él necesitaba, temió que lo estafaran si le pedía ayuda a alguien para comprarse algo.
Al mediodía volvió al hotel y preguntó por la chica hija de chinos, y el recepcionista le dijo que empezaba su turno en una hora.
—¿Podré hablar con ella? —le preguntó al hombre, a través de su traductor.
—Si, claro, señor. La enviaré a su habitación cuando llegue.
—¿Puedo almorzar en el hotel? —volvió a preguntar Xiang.
—Si, señor, por supuesto —dijo el recepcionista. El chico le mostró sus tarjetas de crédito, y le preguntó si servían en ese país—. Esta no es válida en Estados Unidos —Un sudor frío corrió por la espalda de Xiang—, pero esta sí —le dijo, al ver la segunda tarjeta. Xiang respiró aliviado: por lo menos no moriría de hambre.
La comida le resultó rara, pero tenía tanta hambre que la comió sin chistar. El postre estaba rico, y el sabor dulce lo consoló un poco. Cuando volvió a su habitación un rato más tarde, se acostó y encendió la televisión. No entendía nada, pero se sintió un poco menos solo con esos sonidos que llenaban la habitación.
Un rato después, golpearon a su puerta: era la chica que esperaba, la hija de sus compatriotas. La atosigó a preguntas sin fijarse en su desconcierto: la chica no había entendido una sola palabra de lo que le había dicho.
Xiang podría haberse puesto a llorar ahí mismo, hasta que la chica le indicó que le prestara el traductor y le dijo:
—Mi hermana sabe hablar chino.
Por fin parecía haber un poco de esperanza. Xiang le preguntó si su hermana podía venir a verlo, y la chica le dijo que le iba a avisar.
Cuando ella se fue, Xiang, sin saber que más hacer, se acostó. No se había dado cuenta de que estaba agotado, y pronto se quedó dormido.
Lo despertaron unos insistentes golpes en la puerta. Miró su reloj: había dormido tres horas. Con el pelo revuelto y cara de sueño, fue a abrir la puerta y se encontró con una chica de cabello corto, vestida con un pantalón y una campera de jean, que le daban un aspecto algo masculino.
—¿Qué necesita? —le preguntó.
—¿Usted buscaba a alguien que hablara chino? —le respondió la chica.
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Obsesión en francés
RomanceSi eres un chico joven, tener una aventura con una mujer mayor puede resultar una experiencia interesante. Salvo que la mujer se obsesione contigo. Historia de mi autoría. Prohibido traducir, adaptar o resubir.