Capítulo 7- Aventura

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A pesar de que la agencia manejaba todos sus asuntos, Xiang tenía un grupo de asesores privados para asegurarse de que lo que recibía fuera lo justo, y para hacer inversiones con sus ganancias, para garantizarle una vida cómoda en el futuro. Entre esos asesores había un abogado. El hombre estaba en su estudio en Shanghai, cuando su secretaria le informó que un cliente quería hablar con él.

—¿Qué cliente?

—Es el señor Chen Xiang, por llamada internacional.

—Pásamelo a mi línea privada —el profesional esperó a que la luz de su teléfono se encendiera, y atendió—. ¿Hola? Xiang, ¿cómo estás?

—Muy bien, gracias. Te llamo para pedirte un favor.

El abogado escuchó con atención, anotó algo en una libreta, y antes de colgar le dijo a Xiang que averiguaría todo lo que le había indicado, y a la noche le enviaría un correo electrónico con la información.

Xiang tuvo un día normal: paseó con Lee por la ciudad, y los dos aprovecharon esa última noche para cenar en un restaurante de lujo y beber una botella del mejor vino francés. Se iban rumbo a China al día siguiente.

Esa noche, Xiang recibió el correo que esperaba. Lo abrió, y su rostro se iluminó al leerlo. Comenzó a hacer algunas llamadas, y luego trató de dormir. El día siguiente iba a ser muy agitado. 

En la mañana, llegó un aviso a la agencia. Chen Xiang anunciaba que se tomaba tres meses de vacaciones, que le correspondían legalmente según el cálculo que había hecho su grupo de asesores privado. Los asuntos pendientes podían postergarse hasta que él volviera, y la serie que estaba grabando casi estaba terminada, por lo que podían prescindir de su presencia y hacer tomas con dobles.

Su representante, desesperado, intentó llamarlo, pero el teléfono de Xiang estaba apagado, y Lee tampoco contestaba el suyo. En realidad el custodio había llegado con Xiang al aeropuerto, y cuando estaba por despachar su equipaje y abordar, Xiang le avisó que no se iba con él.

—¿Pero qué estás diciendo, muchacho? —le respondió el hombre, sorprendido.

—Vuelve tranquilo a China, nadie te va a culpar de nada —le aseguró Xiang—. Ya hice todos los arreglos. Me voy para otro país y en tres meses vuelvo a trabajar.

El custodio lo observó, asombrado: Xiang jamás había hecho algo parecido, hasta ese momento. Cuando miró por encima del hombro del chico y vio la figura de Marielle, parada a lo lejos con su equipaje, comprendió todo:

—Estás cometiendo un error, Xiang…

—Necesito hacer esto, Lee —le aseguró el chico—. Si vuelvo hoy a China, me arrepentiré toda la vida. Te prometo que te llamaré para que estés tranquilo, pero, por favor, no le digas nada a la gente de la agencia.

—No te preocupes —le dijo el hombre, con preocupación—, seguramente cuando vuelva me despedirán.

—Mejor. Si te despiden yo te contrato —le dijo Xiang, y después le extendió una tarjeta—. Este es mi grupo de asesores privados. Ve a hablar con ellos.

Xiang y Lee se dieron un abrazo, y el chico le prometió que se cuidaría. El mayor se moría de preocupación, pero ya no podía hacer más nada. Afligido, embarcó en su vuelo.

Marielle había sacado dos pasajes a Nueva York cuando Xiang le avisó que iba a irse con ella. Todo había sido muy repentino, pero pensar en no viajar sola y llevarse a ese adorable chico con ella, la llenó de emoción. Sabía que esa aventura no iba a durar mucho, pero igual quería vivirla a pleno.

Xiang tenía una mezcla de ansiedad y entusiasmo, pero también algo de temor: no conocía el país a donde iban, tampoco se defendía bien con el idioma inglés, y de pronto se dio cuenta de que tendría que depender en todo de Marielle, y tampoco la conocía tanto. Trató de tranquilizarse y disfrutar de lo que le deparara el destino.

Marielle no había escatimado en gastos: compró dos boletos de primera clase. Iba a ver desfiles de modas, e ir a fiestas, y pensaba presumir a Xiang en todos los lugares que pudiera.

El viaje era largo, así que Marielle le aconsejó al chico que tratara de dormir. Él, acostumbrado a viajar en avión entre las distintas ciudades de China, se puso un antifaz y enseguida se durmió.

Marielle tenía bastante trabajo que hacer antes de llegar a Nueva York. Debía hacer bocetos de ropa, y la figura de Xiang le dio ideas. Con unos cuantos trazos sobre el papel, diseñó una línea de prendas que podían adaptarse al estilo del chico: outfits urbanos, casuales, y algunos más fantasiosos para los desfiles.

Estaba encantada: la juventud y vitalidad de Xiang la habían llenado de energía y nuevas ideas. Se asomó para verlo, dormido en su asiento: su boca estaba algo entreabierta, y su brillante cabello castaño caía algo desordenado sobre su rostro. Uno de sus brazos colgaba hacia abajo. Marielle observó sus manos: eran hermosas, grandes y de dedos muy largos y finos. No había reparado antes en ese detalle. Xiang era estupendo; no tenía imperfecciones. 

La mujer sintió algo extraño, parecido a los celos. La sensación de que el chico no le pertenecía, la alteró.

«Qué tonta eres, Marielle», pensó. «No puedes sentir nada por él». Se dio media vuelta y se dispuso a dormir.

Un rato después Xiang se despertó, se sacó el antifaz, y miró a su alrededor un poco confundido. Había dormido bastante, y tenía hambre. Una aeromoza pasaba, y él le preguntó si podía comer algo.

—Por supuesto, señor. Tiene dos menús para elegir en la carta.

El chico eligió el que le pareció más apetitoso, y comió con gusto lo que le trajeron. Cuando se llevaron su bandeja, se levantó y fue a ver a Marielle. Ella aún dormía.  El chico se tentó ante el bello cuerpo de la mujer dormida y comenzó a recorrerlo con lentitud, con sus dedos por encima de la ropa. Sintió un leve jadeo de la mujer, y se dio cuenta de que había estado todo el tiempo despierta, sintiendo sus caricias.

—Voy al baño. Espera un minuto y ve tú también... —le dijo ella al oído con una voz suave y seductora. 

Xiang suspiró, anticipando el encuentro, con ansiedad y un poco de nervios por la osadía de Marielle.

Obsesión en francés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora