Capítulo 5- Conversación

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Xiang se despertó tarde al día siguiente. Entre su desvelo y la aventura de la noche, se había acostado casi de madrugada. 

Él y su custodio ocupaban una suite de dos dormitorios, que tenía un pequeño comedor con una kitchenette, lo cual les brindaba más privacidad si querían pedir comida a la habitación. Como ya era tarde, el chico desayunó ahí. Lee no estaba, cosa que le pareció extraña, ya que se había acostumbrado a tenerlo cerca, y que el mayor no le perdiera pisada.

Pero lo que Xiang no sabía era que Lee había salido a hacer averiguaciones acerca de Marielle. El hombre investigó sobre ella con la gente del hotel, y el cantinero le dió bastante información después de que le puso unos billetes en la mano. Así se enteró de que las cosas que le había dicho al chico eran ciertas, aunque eso no lo tranquilizó del todo. Estaba seguro de que la francesa estaba interesada en Xiang, y no le gustaba nada que fuera tan mayor. Él era un chico muy joven, y a pesar de no ser inocente, tampoco tenía gran experiencia en mujeres,  y una relación como esa podría complicarle la vida, sobre todo si se hacía pública en China.

Lee volvió a la habitación, pensativo. Conocía la terquedad del chico: si ya se había propuesto tener algo con esa mujer, nadie iba a impedírselo. El mayor no tenía idea de cómo encarar el problema que se le había venido encima.

—Buenos días, Xiang.

—Buenos días, Lee...

—¿Descansaste bien?

—Si, gracias... —Xiang pensó que Lee iba a intentar hablar sobre su aventura de la noche anterior, pero sin embargo, no le dijo nada: revisó su teléfono y contestó algunos mensajes, sentado a la mesa y tomando un café. Dejó que desayunara sin dirigirle la palabra, hasta que logró inquietarlo:

—Lee, ¿estás enojado conmigo…? —le preguntó.

—¿Y por qué habría de estarlo? —le respondió el mayor, pendiente de su teléfono pero con un tono frío bastante estudiado. Xiang perdió la paciencia:

—¡Ay, vamos, Lee! Si tienes algo que decir, ¡dímelo de una vez!

—No sé qué quieres que te diga, Xiang. Tienes veintitrés años y creo que sabes bien lo que te conviene y lo que no —le respondió el custodio, con un tono que sonó a reprimenda. Pero después se quedó en silencio: al fin y al cabo no era más que un empleado de la agencia, y no tenía derecho a hablarle al chico de esa forma.

Xiang lo miró, enojado, pero no le respondió. Estuvieron un rato en silencio, hasta que el mayor intentó romper el hielo diciendo que había encontrado un lugar en donde alquilaban motos, y así logró que el ceño fruncido de Xiang se fuera al instante:

—¿En serio? —preguntó, entusiasmado. Cuando el mayor le dijo que sí, y que podían ir a ver las motos cuando él quisiera, el chico se apresuró a terminar su desayuno, y con un gesto alegre le dijo que ya estaba listo para salir.

Arles era enorme: recorrerla en bicicleta era una tarea titánica, y el pobre custodio llegaba a la noche con las piernas doloridas. Pero en moto pudieron conocer mucho más, y hasta llegaron a una enorme reserva de flora y fauna que por desgracia solo se podía recorrer a pie o en bicicleta. El entusiasta Xiang quiso entrar a caminar por los senderos, y ver animales en un humedal muy bien conservado y con mucha fauna para observar, y Lee lo siguió con una bicicleta, lamentándose de que no podía deshacerse de esos molestos aparatos.

Pasaron una tarde alegre y divertida, viendo aves y algunos escurridizos animales que descansaban en las orillas y se lanzaban al agua al menor ruido. Xiang se veía saludable y sonriente como pocas veces lo había visto Lee. Al hombre le daba pena ese chico que solo vivía para trabajar, y que casi no había tenido una adolescencia normal. 

El día había sido muy cansador, y cuando volvieron al hotel, Lee creyó que Xiang iba a caer rendido en su cama. Pero el chico tenía otros planes: esperó a que el agotado custodio se durmiera y salió a buscar a Marielle, sin avisarle. Se tomó una cerveza en el bar, esperando a que ella bajara.

La noche era cálida, y en el bar se podía escuchar una música suave y romántica. Xiang ansiaba la compañía de esa mujer sensual y segura de sí misma. Aún le parecía sentir sus besos, y la posibilidad de tener un encuentro íntimo con ella le hizo sentir una mezcla de deseo y pánico. 

De pronto la vió: Marielle bajaba la escalera con lentitud, llevando con elegancia un vestido rojo. Xiang se quedó mudo ante esa imagen. Esa sensual mujer lo miraba solo a él, como si no existiera nada más en el mundo. Ella se acercó a la barra, pidió un trago, y después volvió a mirar a Xiang y le hizo un leve gesto con la cabeza, a modo de saludo, pero no le habló. Después de un rato sacó de su bolso una pequeña libreta donde escribió algo, y se lo pasó con disimulo al chico, que lo escondió en su mano.

La mujer terminó su trago sin prisas, mientras sentía los ojos de Xiang sobre ella, y le gustó la sensación. Saludó al barman y volvió a subir, sin mirar al chico, que leyó el papel:

«Habitación 405. No tardes».

Xiang trató de no ponerse nervioso mientras esperaba. Cuando terminó su cerveza y se fue, en apariencia de nuevo a su habitación, después de subir el primer tramo de escaleras con lentitud, voló al cuarto piso. Delante del 405, se detuvo para juntar coraje y contener los latidos de su corazón, acelerados por la subida y los nervios. Luego golpeó a la puerta.

La mujer le abrió, envuelta en una bata de seda que seguramente no tenía nada debajo. Xiang no tuvo el coraje de atravesar la puerta, y Marielle lo tomó de un brazo y lo metió a la habitación.  Luego cerró la puerta tras de sí.

Sin prisas ni testigos molestos, volvió a besarlo, aún más sensual que en el puente.  Xiang se entregó a las manos que lo desnudaron sin prisas, pero pronto perdió la timidez y también le quitó la bata con un movimiento lleno de urgencia.

Marielle volvió a sentirse como una adolescente en brazos de ese chico lleno de energía y pasión, que había dejado su timidez de lado y le dio aún más de lo que ella había pensado recibir en ese primer encuentro. Temblando en brazos de Xiang, Marielle se perdió en las sensaciones que le brindaba su bello amante. Se dio cuenta de que esa no iba a ser, al menos para ella, una simple aventura.

Un rato más tarde, abrazados y casi dormidos en la oscuridad, los sorprendió el insistente sonido del teléfono de Xiang. El chico lo miró y luego lo dejó sobre la cama, hasta que dejó de sonar.

—¿Quién era? —preguntó Marielle, aún abrazada a él y con los ojos cerrados.

—Nada importante… —musitó Xiang, molesto. El que lo había llamado era su custodio, pero él no deseaba hablar con él, y menos volver en ese momento a su habitación.  Volvió a abrazar a Marielle, que sonrió, complacida: ese fogoso chico quería empezar de nuevo.

Obsesión en francés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora