Capítulo 8- Nueva York

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Xiang esperó unos minutos y fue al baño. Por suerte había uno solo ocupado. Golpeó y la puerta se abrió. Un brazo salió y lo jaló hacia adentro.

Marielle cerró la puerta del baño y la trancó. Los dos quedaron apretados en el estrecho lugar, pero no necesitaban demasiado espacio para hacer lo que querían.

El sexo fue rápido e impetuoso, pero el sabor de lo prohibido fue fantástico. Cuando ambos alcanzaron el clímax, se besaron para reprimir los ruidos que estaban haciendo.

—Nos van a descubrir… —susurró Xiang, agitado.

—Tranquilo, bebé. Estamos en primera clase —le aseguró Marielle—. Nadie va a molestarnos.

Sin aire, se arreglaron su ropa como pudieron, mientras se reían por el poco espacio que tenían ahora para hacerlo. Xiang salió primero del baño, mirando nervioso hacia todos lados. Le pareció sentir unas risitas detrás de él, pero no se dio vuelta. Un poco avergonzado, se fue derecho a su asiento, y con su corazón aún latiendo con fuerza, se puso el antifaz e intentó seguir durmiendo.

Marielle salió del baño y se cruzó con una de las aeromozas, que la miró con curiosidad, pero sin decir nada. La mujer sonrió con picardía, y la azafata le contestó con una inclinación leve de su cabeza.

—¿Puedes llevarme un vodka a mi asiento? —pidió Marielle—. Y al chico que viene conmigo llévale una cerveza.

—Enseguida, madam —respondió la aeromoza.

Marielle caminó, elegante, por el pasillo. Le gustó que el chico le hubiera correspondido aunque estuvieran en una situación peligrosa. Se imaginó un sinfín de aventuras parecidas.

Xiang se estaba quedando dormido de nuevo, cuando la aeromoza lo llamó para entregarle su cerveza.

—Pero yo no pedí esto… —replicó.

—Se lo manda su acompañante —le respondió la chica.

—Gracias... —respondió Xiang, y miró hacia donde estaba Marielle, que levantó su vaso de vodka y le tiró un beso al aire. El chico se puso un poco colorado, pero respondió al saludo con su bebida, aunque no se atrevió a devolver el beso. Estaba encantado con esa mujer tan ardiente. Parecía que mientras más sexo tenían, más se deseaban. Solo de pensar en lo que habían hecho, su deseo comenzó a aflorar de nuevo. Tenía que pensar en otra cosa: era demasiado; había tenido más sexo en esos pocos días, que en meses de su vida normal. Se tomó la cerveza, y después se obligó a dormir otro poco.

El vuelo llegó sin novedad a Nueva York. Mientras recogían su equipaje, el chico preguntó: 

—¿Vamos a hospedarnos en algún hotel?

—Tengo un departamento en la ciudad —le respondió Marielle —. Vengo aquí muy seguido, y prefiero estar cómoda.

El apartamento de Marielle era muy lindo. No demasiado grande y con aspecto minimalista, pero moderno. Estaban en un piso alto, con ventanales que tenían una magnífica vista de la ciudad.

—¿Quieres una copa de vino? —le preguntó la mujer, después de que los dos se instalaron—. Tengo un vino blanco, muy suave. Estoy segura de que te va a gustar…

El chico aceptó. El vino estaba fresco y Xiang lo tomó sin prisa, sentado en un gran sillón en la sala. Se sentía algo cohibido, sin saber bien qué hacer ante todo eso que no conocía. Se concentró en su copa, mientras Marielle bebía y lo observaba. De pronto la mujer dejó su bebida sobre la mesa de centro y fue a quitarle la copa de las manos, lo atrajo hacia ella y lo besó. Después le dijo:

—Quiero que te sientas cómodo aquí… Yo tengo muchas cosas que hacer durante el día, así que voy a dejarte un coche con un chofer para que te dé un tour por la ciudad.

—¿En serio? —le respondió Xiang, entusiasmado con la idea de conocer esa enorme ciudad.

—Por supuesto. No vas a quedarte encerrado aquí todo el día… Lo último que deseo es que te aburras a mi lado. Aparte Nueva York tiene muchos encantos. Mi chofer te llevará a donde tú le pidas.

El largo viaje, mas su encuentro en el baño del avión los había cansado, y después de cenar se dieron una ducha y se metieron a la cama. Xiang pronto se quedó dormido.

Marielle, a su lado, lo observó, y se sintió un poco menos sola: se acurrucó junto a él, y pronto también pudo dormirse. 

Cuando Xiang despertó, ya era de día. Había pasado media mañana y se encontraba solo. Marielle se había ido temprano pero le había dejado una nota:

"Cuando quieras salir, llama a este número y el chofer vendrá por ti. Vuelvo a las ocho de la noche".

Xiang se duchó y se vistió sin prisa: después de la noche de sueño, estaba mucho más tranquilo, y deseando vivir la aventura de su escapada a Nueva York a pleno. Se fue a desayunar al comedor del hotel, y después llamó al chofer, que demoró unos pocos minutos en llegar:

—¿El señor Chen Xiang?

—Si, soy yo —respondió el chico. El chofer era un hombre de rasgos asiáticos, y para su fortuna, hablaba chino con fluidez.

—Tengo órdenes de llevarlo a donde quiera, señor —le dijo.

—Prefiero confiar en usted —respondió Xiang—, no conozco la ciudad

—Muy bien, acompáñeme, por favor —le dijo el hombre, luego de hacerle una cortés reverencia.

El coche de Marielle era cómodo y tenía un espacioso asiento trasero, pero Xiang prefirió sentarse al lado del chofer para hacerle preguntas a medida que veía las maravillas de la ciudad. 

Lo atrajo la gente y el colorido de las fachadas de los comercios, hasta que se fijó en un local que tenía un cartel que, entre otras palabras que no pudo comprender, tenía escrito claramente "Hip-hop". 

—¿Qué es eso? —le preguntó al chofer, mientras le señalaba el lugar.

—Es una escuela de baile. En esta ciudad hay muchas —le aseguró el hombre.

—¿Podemos entrar a mirar? —preguntó el chico, interesado por ver cómo se bailaba en ese lugar algo en lo que él era un especialista.

—Sí, claro —La academia era enorme, con varias clases que se daban a la misma vez. Una recepcionista les preguntó qué deseaban, y el hombre le preguntó si los dejaban presenciar una clase.

Un grupo de unos quince chicos practicaban una coreografía con su profesora. Xiang se concentró, intentando memorizar los pasos. La música era tan pegadiza, que el chico no pudo evitar moverse siguiendo a los chicos. 

Concentrado en sus propios movimientos, no se dio cuenta de que los chicos lo estaban mirando. Cuando por fin volvió de su mundo, se quedó helado, porque todos se habían parado para admirar su baile. Los saludó con timidez, y recibió aplausos en respuesta. 

Obsesión en francés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora