Capítulo 3- Arles

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El aeropuerto de Shanghai era una locura: se había corrido la voz de que Chen Xiang abandonaba el país, y cientos de chicas habían ido a despedirlo, casi provocando un caos en el ya de por sí concurrido lugar. La gente de la agencia había sido previsora: habían sacado un primer pasaje para Polonia, y le habían anunciado al público que Xiang iba a ese país a filmar un programa especial. En Varsovia él y Lee iban a tomar un vuelo a París, y de allí otro avión local a Arles, que era su destino final.

Arles era una preciosa ciudad histórica y turística del sur de Francia, con el río Ródano que la atravesaba. Tenía el encanto de lo antiguo, con grandes ruinas romanas y medievales, y lucía con orgullo el haber sido hogar de los últimos y tormentosos años del pintor Vincent Van Gogh.

Xiang y Lee se hospedaron en un hotel lindo y tranquilo, que estaba situado en un barrio histórico de los suburbios de la ciudad. El menor estaba asombrado: a pesar de que en esa ciudad turística había bastante gente, no le prestaban atención. Nadie lo conocía. 

Feliz y relajado, comenzó a hacer planes: había muchos lugares que visitar, y pensaba descansar y divertirse mucho durante esa semana. Las preocupaciones de Lee también se habían ido al ver la calma del lugar, y decidió divertirse a la par del chico.

La comida francesa era fabulosa, aunque algo delicada para sus paladares, acostumbrados a los fuertes sabores de los platos chinos. Los vinos eran excelentes, y se permitieron probar algunos. También alquilaron bicicletas para recorrer los lugares históricos. La energía del chico dejaba exhausto a Lee, que caía muerto de cansancio en la cama cuando llegaba la hora de dormir. 

La primera noche en el hotel, a Xiang le costó conciliar el sueño. No era raro que le sucediera eso: a veces los sonidos que no conocía lo desvelaban. Si se metía en la cama sin sueño iba a ponerse peor, y decidió bajar al bar del hotel a tomar una cerveza y luego volver a dormir. Llevaba su traductor portátil, ya que no sabía una sola palabra de francés.

Sentado en la barra, luchó un poco con el traductor para pedir su bebida, mientras el camarero escuchaba confuso las respuestas del aparato, que decían cualquier cosa, hasta que una voz salvadora dijo en perfecto francés: 

—El muchacho quiere una cerveza.

Xiang miró a la persona para agradecerle la ayuda, y sus ojos oscuros se encontraron con un par de ojos grises que lo observaron, divertidos. 

La dueña de esos ojos era una mujer adulta, en sus cuarenta, que estaba tomando un trago sentada también en la barra. El chico se quedó mudo: el  cabello castaño de la mujer caía en ondas casi hasta su cintura, tenía un vestido negro y ajustado, bastante corto. 

Xiang no se atrevió a seguir mirando las piernas de la mujer y, nervioso, le dijo gracias a su cerveza. Ella se rió y le contestó en perfecto chino: 

—Por nada. Mi nombre es Marielle, mucho gusto. ¿El tuyo…?

—Xi… Xiang —tartamudeó el chico.

La mujer sonrió, encantada: ese muchacho era realmente hermoso, y aunque se veía bastante menor que ella, la atrapó por completo. Todo en él emanaba un aura de inocencia y fuego, a pesar de estar mudo y sin saber qué hacer ante ella. Lo veía muy prometedor.

Marielle era dueña de una gran casa de modas en París. Había recalado en Arles, importante centro productor de telas, para abastecerse de materia prima. Por su trabajo, viajaba por todo el mundo y hablaba varios idiomas, entre ellos el chino, ya que iba seguido a buscar sedas al país asiático.

Inició una conversación trivial con Xiang, hasta lograr que se tranquilizara. Le contó distintas historias de sus viajes por el mundo.

—Tienes una vida interesante… —le dijo el chico, admirado ante esa mujer mundana y sofisticada.

—Pero algo solitaria —respondió Marielle—. No tengo esposo ni hijos, y menos, amigos. Estoy poco tiempo en cada lugar, y cuando llego a mi casa de modas me esperan toneladas de trabajo.

Xiang vio su propia vida reflejada en las experiencias de la mujer, y se compadeció un poco de ella. Esperaba no estar así en el futuro, cuando ya no fuera tan famoso. Quería seguir todo lo que pudiera, pero era lógico que con el tiempo su trabajo fuera disminuyendo, y a pesar de estar acostumbrado a la fama, estos días en que había podido sentirse libre e ignorado por la gente, le habían gustado demasiado.

Marielle lo invitó a salir a caminar. El clima nocturno era perfecto, y las callecitas antiguas invitaban a recorrerlas a pie.

Xiang no había visto la ciudad de noche tan en detalle, y se asombró al desembocar en el río, a la altura de un viejo puente que lo atravesaba. Ella lo tomó de la mano y juntos se aventuraron a cruzarlo. En un punto se detuvieron a admirar la enorme luna que se reflejaba sobre el Ródano. A lo lejos, sobre la orilla, se veían unos pocos noctámbulos como ellos, que paseaban por la rambla que estaba bordeada por unas casas de piedra, bastante antiguas. Pero allí, donde ellos estaban, no había nadie.

Xiang también había observado a la mujer cuando ella no lo miraba. Le pareció hermosa, pero inalcanzable: pensó que buscaría hombres maduros y elegantes, y no a alguien como él, que no había tenido mejor idea que ponerse una sudadera sencilla y los jeans más rotos que tenía. Por eso se sorprendió cuando ella se le acercó mientras conversaban, y en un momento dejó de prestarle atención a sus ojos para mirar su boca.

Todo fue muy rápido y Xiang no pudo pensar: cuando quiso acordar ya estaba en brazos de esa mujer, que le dio un beso lento y suave. Se dejó llevar y respondió al beso.

Marielle descubrió que el fuego que había percibido en los ojos de Xiang también corría por sus venas, y se sintió de nuevo una jovencita en brazos de ese chico que la abrazaba con fuerza y le daba un beso mucho más apasionado.

Obsesión en francés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora