Capitulo 4- Confusión

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Xiang y Marielle volvían caminando despacio, algo separados para no llamar la atención de los extraños.

Se habían besado en el  rincón más escondido del puente, pero de pronto una sensación de estar haciendo algo prohibido cayó entre ellos; el fuego se apagó y luego quedó confusión e incomodidad, sobre todo de parte del chico, que después de un rato de caminar al lado de aquella hermosa mujer, que lo observaba con ojos entre curiosos y divertidos, había quedado mudo,  observando las estrellas en el cielo nocturno y contándolas mentalmente para calmarse.

A Xiang nunca le había pasado algo así en sus veintitrés años de vida. Lo había disfrutado mucho, y pensó que el final iba a ser diferente; pero ahora que se había ido la pasión inicial no sabía cómo dirigirse a Marielle. Moría por pasar la noche con ella, pero se había puesto tímido y ya no le salían las palabras.

—Marielle, yo... —comenzó a tartamudear, cuando fué interrumpido por Lee, que estaba en la calle, en estado de pánico, y corrió hacia él cuando lo vio:

—¡Xiang, por dios! ¡¿Dónde estabas?! ¡Hace rato que te estoy buscando y ya iba a llamar a China! ¡No sabía que hacer! —El pobre custodio estaba pálido del susto—. ¿Por qué no te llevaste tu teléfono? —Se había despertado en la noche y no había visto a Xiang, pero el móvil del chico todavía estaba sobre su mesa de luz, por lo que calculó que no había salido del hotel. 

Pero cuando bajó al bar y preguntó si lo habían visto, le dijeron que se había ido a la calle con una mujer mayor. Lee pensó en cualquier cosa: desde un robo o un secuestro extorsivo, hasta que al pobre chico se lo habían llevado para sacarle los órganos. 

Había salido a recorrer las calles, pero no pudo encontrarlo. Desesperado, se decidió a volver al hotel y llamar al representante de Xiang, cuando se lo topó regresando con esa mujer mayor por una de las callecitas laterales al hotel, tan tranquilos. Su primer impulso fue increpar a la mujer, pero después recordó su educación y se contuvo.

Xiang se sorprendió por la repentina catarata de preguntas del hombre, pero por otro lado se sintió aliviado por su aparición: tenía una excusa para irse sin darle grandes explicaciones a Marielle y poder enfriar su cabeza para planear un segundo encuentro.

—¡Oh! ¡Lee, perdón! No pensé que te fueras a despertar. Bajé a tomar una cerveza y Marielle se ofreció a mostrarme la ciudad. Marielle, te presento a Lee, mi compañero de viaje.

—Mucho gusto, Señora —el custodio le dió la mano a la mujer, y la miró con un gesto de desaprobación, que junto con el «señora», hizo comprender a Marielle que Xiang tenía una mamá gallina que les iba a complicar la vida. 

Sonrió, divertida, al ver que el chico se acercaba al mayor, como buscando protección, al tiempo que la miraba con esos ojos en donde el fuego no dejaba de asomarse. Decidió darles las buenas noches y dejarlos solos. Ya habría más oportunidades.

Lee subió a la habitación a paso firme, con el silencioso Xiang detrás. Ya adentro y sin testigos, lo llenó de reproches y advertencias.

—Pero, Xiang, ¿estás loco? ¡¿Cómo te fuiste a la calle con una mujer mayor que no conoces?! Podría haber sido una delincuente... —Lee comenzó a enumerar todos los delitos que conocía, y el chico se rió:

—Lee, ¿tú te crees que yo soy tonto o qué? Marielle también se hospeda en este hotel; estaba en el bar y el mesero la conocía. Hablamos un rato y luego me invitó a caminar; nada extraño. Habla chino y conoce la ciudad. ¿Qué me iba a hacer? —Al pensar en las cosas que efectivamente le había hecho, se puso colorado y alertó al inteligente custodio.

—¡Lo sabía! ¡Esa asaltacunas! 

—Los gritos de Lee se oían desde el pasillo. 

Xiang le saltó encima en un intento de taparle la boca, pero el hombre se zafó y siguió gritando: 

—¡¿Qué te hizo?! ¡Vamos, habla ya!

Los ojos de Xiang se abrieron por el asombro. La situación era tragicómica: ese hombre que gritaba como si un hombre se hubiera metido con su hija le dió una mezcla de ternura y gracia. Esbozó una sonrisa ladina.

—No te enojes conmigo Lee, pero debo confesarte algo. Esa mujer... —puso una fingida cara de tristeza—, ¡esa mujer abusó de mí!

Lee cayó sentado en un sillón y se cubrió  la boca con las manos, azorado. Xiang no pudo contenerse y estalló en carcajadas. Una lluvia de almohadones le cayó encima.

—¡Condenado muchacho, vas a matarme de un infarto!

Obsesión en francés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora