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Matthew

Elle se desploma en mis brazos en el momento en el que encontramos a su madre en el bar, sus ojos rojos y ardientes me miran a la cara, y luego se acomodan en los de Elle, quién boca arriba desmayada titubea cosas en mi oído sin sentido alguno.

La señora Connor se levanta de un salto de su silla y toma a Elle de la cabeza. 

—Oh, Dios santo, mi niña…—miro hacia los lados y me dirigo a la chica que me atendió en la caja.

—Llama ahora mismo a una ambulancia. —La desesperación y firmeza en mi voz hacen que la mujer rubia saque de inmediato su teléfono para marcar un número con rapidez.

—Elle…mi bebé. —La señora roja de la tristeza me mira con odio y se vuelve a mi novia, que, en conclusión, se mueve ligeramente en mis brazos abrazándome con fuerza. Suspiro, ya puedo respirar: por lo menos está viva. 

—Señora, por favor, beba un poco de agua. —Un camarero se acerca jalando del brazo de la señora Connor con un vaso lleno de agua.

La madre de Elle lo ignora por completo y miles de lagrimas ruedan por su rostro desde sus ojos hinchados, cargo a la chica inconsciente en mis brazos con más seguridad y la aparto de su madre.

 Cecile me fulmina con sus esmeraldas cubiertos por una capa roja, vidriosa. 

Llevo a Elle hacia afuera, la tapo con su abrigo e intento cubrir también sus piernas desnudas, la oscuridad de la noche visibiliza unas luces verdes desde el final de un callejón y la camioneta de emergencias se para enfrente mio. 

—Matt—la voz de la chica más hermosa a duras penas se oye entre el sonido de las sirenas—, te ves muy sexy con la nariz roja hoy.

Una risa apenada se me escapa.

Los guarda médicos se bajan y me quitan a Elle de los brazos. 

Sin que pueda evitarlo, una lágrima gruesa cae de uno de mis ojos, sigo con mi mirada a mi novia desplomada en una camilla y en pocos segundos la camioneta con ella se desaparece entre la calle vacía y mi corazón estrujado.

                                             

No he dormido en toda la noche esperando resultados acerca de la testaruda de mi novia. Los ojos se me resecan y es posible oír un crujido cada vez que parpadeo. 

Los hospitales son horrendos. Horrorosamente horrendos. Si —y espero que no— alguna vez has estado en un hospital, sin haber descansado, sin haber cenado con el maldito amor de tu vida internado en él, sabes que sí lo son.

 Cecile me ha ofrecido su carro para ir donde Elle se encuentra ahora mismo, se lo negué varias veces, pero como me moría de ganas de tener algo de información sobre la chica a la que amo simplemente me subí sin pensarlo dos veces, el camino  se nos hizo largo, estresante, y sobre todo. Frustrante, rencoroso. Bueno, no me sabría explicar: es como si todos tus pensamientos te dijeran que lo que tu pensabas que no podría ocurrir está ocurriendo. Contradicen lo que es imposible de negar. 

Sientes que estás en un trance, en el que no puedes decidir ni mucho menos ayudar a alguien que amas y que lo necesita, y comprendes que eso ya no está en tus manos, que debes simplemente torturarte dejándolo ir. 

Me muerdo el labio inferior, el mismo me provoca un ardor y paso la mano para comprobar si está sangrando. Al ver una gota roja en mi pulgar mis ojos se vuelven a humedecer y vuelvo a lo que estaba haciendo; mirar un punto fijo y llorar silenciosamente. La señora rubia, despeinada, y con enormes bolsas negras bajo sus ojos claros, me mira con lástima sentándose a mi lado. Yo la fulmino con la mirada.

Incorrespondido (Bilogia Viajes)  -Brunella Bonavigna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora