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Alex

Deje que la lluvia galopara empapando mi chaqueta, mi cabello rubio y mi nuca. Cabizbajo, me adentre a casa, mi dia con Madeleine no había sido facil, la delgada chica con ojos herectromicos, azul y negro, me habia dicho miles de veces que no estaba de acuerdo con hacer nuestra relacion oficial, contarselo a mis padres, a los suyos, antes de fin de mes. Estuve de acuerdo en ese entonces, pero, ella, esta vez, se tomó la delicia de dejarme plantado en una tienda de ropa, estupido. Irreversible. Ya el pensamiento de los fotógrafos mirándome a mí, revisando mi teléfono cada dos minutos, nervioso tocándome el cabello y con una arruga en mi frente, la sangre en la cabeza, en la portada de alguna revista de chusmerios me penetraba la mente. De esas que compran las fangirls para saber si Katy Perry es pariente de Taylor Swift, o…asuntos de libre manejo, de esos que van de mano en mano. Corriendo, sujeté el manojo de la entrada trasera, saliendo al parque, donde la piscina estaba verde, y el agua putrefacta rebalsaba de ella. El otoño se hacía ver aquí. Sisee una maldición al ver las nubes asomando la negritud en el cielo gris. Elle todavía no había vuelto. Luego de dejarla con ese chico, estuve perdiendo el tiempo en el centro comercial esperando a Mad. Y bueno. No hubo resultados. Así que ella podía estar regresando a casa con o sin Matthew. Solo me quedaba esperar. 

No sin hacer algo.

No, si mis pies no dejan huellas en esta casa.

Me sequé los zapatos en cuanto cruze la línea de entrada a la cocina, los platos limpios, relucientes, reflejaron la figura de mi padre en ellos, en su brillo blanquecino. El hombre alto con barba que lo hacía parecer un tipo del gobierno, rudo y varonil, se acercó a mí al verme,  y retrocedí de una forma poco exagerada ante su sonrisa.

—Hen me ha contado lo de tu y Madeleine –ladeo la cabeza a ambos lados—. Se me hace que son una increíble pareja, hijo.

No, yo no soy hijo de este hombre. 

—Oh, ya veo —mi tono de voz sonó un poco más sarcástico de lo que quería que fuera.

Mi padre se puso serio.

—Y…¿Cuándo va a venir a cenar? Oi que sus padres son Milo H. Tunner y Sandra Muller.

Milo Tunner es empresario, si, y Sandra Muller es…Si. Adivinaron, también empresaria.Su pregunta me incomodaba de mil formas posibles, ya que Madeleine me había dejado solo esperándola. Y, en realidad yo ya tenía la grave sospecha de que algo raro pasaba, me sentía en uno de esos cuentos de príncipes y princesas en los que los padres escogen con quién se casan, cuando y como, sus hijos.

Una marioneta, eso era yo. Pero de vez en cuando intercambiaba los roles. 

—No lo sé —deslice mi mano sobre mi mojado cabello, debía bañarme, muy pronto y luego estar al tanto de que Elle llegase a casa. Tome un cigarro de mis bolsillos húmedos, sacando el encendedor de los mismos para encender el pequeño rollo mentolado—. Espero que pronto.

Mi padre me observó con vigilancia, se quitó la chaqueta enorme de sus hombros anchos, la colocó en el respaldo de una de las sillas con una mueca de cansancio, y me echó una última mirada antes de que me retirara del lugar. Las conversaciones usualmente con mi padre eran demasiado grotescas, con muy poco interés de ambas partes, y –sobre todo– cortantes. Era como si él y yo estuviésemos distanciados. Como si por alguna razón, no pudiésemos entablar una charla de padre a hijo normal, de más de diez palabras. Simplemente no podíamos. Nos llevábamos así, de esa manera. En cambio, mi madre era un fantasma del pasado, alguien que ni siquiera me saludaría si me viera por la calle, ignorándome con amplitud. Si, así de triste era nuestra relación. Éramos como la tierra, y una flor marchita en ella, con hierbas malas, reseca, torturada, por algo tan simple como el cabo suelto de su propia madre.

Incorrespondido (Bilogia Viajes)  -Brunella Bonavigna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora