5

269 37 4
                                    

«Cógeme la mano y sígueme a los campos de narcisos. Su dulce perfume nos hace invisibles, lo sabes. Nos esconderemos juntos tú y yo, nunca te dejaré solo».

Lady Eloise, de los campos de narcisos


Pov. Peeta

Me detuve delante de la oficina de correos y bajé de la pickup para enfrentarme al calor del verano. Los quince últimos días había hecho un calor inusual para Vermont en esa época del año, y esperaba con ansiedad la lluvia que habían anunciado para finales de semana.

En la oficina de correos hacía frío y reinaba el silencio. Estaba casi vacía, como cualquier día laboral a las diez de la mañana. Aspiré el olor familiar a papel viejo. Bridgett Dyson estaba en el mostrador, limándose las uñas. Levantó la vista hacia mí cuando me puse delante de ella, entonces abrió los ojos y dejó caer la lima en el cajón abierto que tenía delante y lo cerró con rapidez.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—Hola, Bridgett.

Hizo un globo con el chicle y miró a su alrededor.

—Hola.

Forcé una sonrisa, avergonzado por su actitud distante. Habíamos ido juntos a la escuela. La había ayudado una vez, en segundo curso, después de que un matón hiciera que se le cayeran los libros de las manos y se pusiera a llorar. Pero eso había sido tiempo atrás. Supuse que cuando lo recordaba, si se acordaba, también era eso lo que pensaba.

Efectué una pausa mientras me miraba y, por fin, vi los paquetes que había puesto en el mostrador. Empujé las dos cajas hacia delante, haciendo que la de arriba resbalara y casi cayera al suelo.

—Mierda... —La cogí y la puse al lado de la otra—. Me gustaría enviarlas.

—Claro. —Las pesó y selló, y luego me cobró con una sonrisa forzada. Se pusieron detrás de mí un par de personas, así que les di los buenos días después de darle las gracias a Bridgett. La primera mujer de la fila —estaba seguro de que se llamaba Penny— llevaba con ella a un niño pequeño que apretó contra su costado al tiempo que le ponía la mano en el pelo. Me lanzó una sonrisa que contenía esa tristeza a la que ya estaba acostumbrado.

Me golpeó una ráfaga de aire caliente cuando empujé la puerta de cristal.

—¿Te has enterado de que...? —escuché que susurraba Penny a Bridgett. Pero la puerta se cerró antes de que pudiera oír el resto del cotilleo.

Encendí el aire acondicionado en cuanto me metí en la pickup, pero me quedé allí sentado durante unos minutos, con la espalda apoyada en el asiento, esperando a que se disolviera mi malestar. Sabía por qué algunos vecinos del pueblo me trataban así, entendía la enorme variedad de reacciones que tenían. Debería estar ya acostumbrado a ello. De hecho, me había acostumbrado. Pero odiaba sentir que era un espectáculo cada vez que bajaba al centro del pueblo.

Arranqué, y casi decidí no hacer el otro recado que tenía pendiente, pero en el último momento giré hacia la ferretería. Si quería llevar una vida normal, debía obligarme a salir de la zona de confort que me había creado. Además, la tienda de Sal era uno de los pocos lugares del pueblo donde no me sentía como un insecto bajo la lente del microscopio. Un insecto capaz de hacer algo extraño e inesperado en cualquier momento, un insecto que todavía suscitaba constante simpatía y que era un recordatorio del peor temor de cualquier madre.

Entré en el aparcamiento que había detrás de la tienda y fui andando a la entrada. Hice sonar una campanilla al empujar la puerta para entrar en el local, oscuro y mal ventilado.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora