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«Espera, espera. El sol también brilla para ti».

Sombra, el barón de la espoleta


Pov. Peeta

Los acontecimientos de esa mañana se convirtieron en un ritual. Kat se juntaba conmigo en la terraza, llegaba cojeando a la silla con una taza de café en la mano y veía cómo el sol daba la bienvenida a un nuevo día. La observaba con disimulo mientras sus ojos se concentraban en la pequeña rendija de luz dorada que crecía en el horizonte. Me encantaba la cautelosa expresión de asombro que aparecía en su rostro, como si no estuviera segura de si debía enamorarse de las cosas hermosas, incluso aunque fuera la salida del sol.

A veces me dolía verla, sufría al saber que estaba sola en su interior, segura de que todo el mundo era un lugar peligroso para ella. Tenía ganas de enseñarle que no tenía por qué ser así, pero, por ahora, me conformaba con ofrecerle la salida del sol y un lugar seguro para verla. Recé para que algún día no muy lejano ella aceptara que se merecía esta belleza.

Me asustaba un poco disfrutar tanto de esas mañanas juntos, porque sabía que estaban destinadas a terminar. Ella sanaba día a día y pronto se marcharía. Aunque no podía negar que esperaba con todas mis fuerzas que quisiera regresar.

Durante una semana, había dependido por completo de mí para realizar todo lo que necesitaba. Estaba tan débil que me permitió darle de comer y mantenerla hidratada. Estaba tan enferma que no podía protestar cuando la sujetaba y ella vomitaba la comida. Era tan suave y maleable que llegué a pensar que me había imaginado a la mujer dura y resistente que no precisaba de nadie ni de nada. Y, para mi sorpresa, sentirme necesario fue casi catártico.

Durante doce años me habían tratado con guantes de seda. Nadie me había necesitado a mí. Pero Kat sí, y me hacía sentir... bien.

«Me sentía bien».

A pesar de la fachada de acero que mostraba a todo el mundo, su alma era tierna y amable, aunque sabía que seguramente odiaría saber lo vulnerable que había estado si llegara a recordar lo que me había dicho mientras estaba bajo los efectos de la fiebre y la medicación.

Y luego, por la mañana, cuando le cambiaba los vendajes de las costillas y me había dibujado las manos, los dedos. Había sentido una especie de angustia incontenible, pero cuanto más tiempo me tocaba, más anhelo sentía en el alma, hasta que llegó a ser tan fuerte que me dejó sin aliento. Era la primera vez que disfrutaba del contacto de otra persona desde que era niño. Y aunque todavía estaba un poco asustado, sin lugar a dudas deseaba más.

«Quiero sentir su piel de nuevo. Quiero que se quede. Cuando se vaya, querré que vuelva. Conmigo. Aunque solo sea para ver juntos el amanecer...».

«No te mientas a ti mismo, Peeta. Te estás enamorando de ella. Quizá ya la ames».

¿Estaba enamorado de ella? ¿Era eso lo que se sentía cuando se amaba a alguien? ¿Esa especie de alegría agonizante? ¿O era solo que Katniss iba a hacerlo más difícil que la mayoría, que yo lo sabía y que ni siquiera me importaba?

«Katniss Eloise».

Dios, cuando me dijo su nombre, había estado a punto de caerme. ¿Cuántas probabilidades existían de que fuera ese?

¿Y esa extraña afinidad que me hacía sentir como si estuviéramos juntos? ¿Me había vuelto tonto? Y si la respuesta era sí, ¿me importaba lo suficiente como para hacer algo al respecto? No. Incluso este desgarramiento interior me recordaba que estaba vivo. No solo eso, sino que estaba viviendo. Tenía posibilidades, y por eso seguía a mi corazón, por eso estaba dispuesto a correr el riesgo de acabar herido por una chica hecha polvo, demasiado aterrada para reclamar nada para ella, en especial a mí.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora