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«Shhh..., cariño. Ya sé que duele, pero tu cuerpo sabe sanar. Y a tu corazón le pasa lo mismo».

Limonada, la reina del merengue.


Pov. Peeta

La sala de espera del hospital estaba tranquila, con una iluminación tenue, y estaba vacía; solo estaba yo. Me senté en una incómoda silla de vinilo y apoyé la cabeza en la pared, con la mirada clavada en el techo. El televisor que había montado en la pared emitía una serie de dibujos animados, con el sonido tan bajo que apenas era un ruido de fondo.

Oí que se abría la puerta al final del pasillo y enderecé la cabeza, mirando a la entrada de la sala de espera. Primero percibí el repiqueteo de unos tacones en el suelo y, unos segundos después, la mujer a la que había conocido en La perla de platino, la que ahora sabía que se llamaba Kayla, irrumpió en la sala. Tenía sus ojos clavados en mí.

—Lamento haber tardado tanto. ¿Hay alguna noticia?

Negué con la cabeza.

—No, todavía no. Creo que todavía están examinándole las heridas. —Se me encogió de nuevo el corazón, y me froté el pecho. Como si eso pudiera ayudarme... No podía quitarme de la cabeza la imagen de su rostro golpeado cuando la llevaban por el pasillo hacia la sala de rayos X, ni la pequeña sonrisa que había curvado sus labios, ensangrentados e hinchados, cuando me vio. Me había tocado la cara, y casi no me había dado cuenta por lo afectado que estaba por lo que le habían hecho.

«Me considera un ángel».

El horror de haberla visto así todavía inundaba mis venas, y me hacía sentir enfermo y lleno de ira. Cuando Kayla me llamó, me dijo que los hombres que la habían atacado habían huido cuando Tresh salió. Aunque él había querido seguirlos, se quedó para ayudar a Crystal. Debió de haber sido una decisión difícil para él, pero me alegraba de que lo hubiera hecho, porque quizá haberla atendido en vez de salir tras ellos había supuesto la diferencia entre la vida y la muerte. Solté la respiración que estaba conteniendo.

—Kayla, muchas gracias por llamarme.

Asintió, mordiéndose el labio, lo que hizo que se le mancharan los dientes de lápiz de labios.

—No sabía si era lo mejor, pero estuve sentada a su lado mientras esperábamos la ambulancia. A pesar de que estaba inconsciente, todavía apretaba tu número en el puño. —Negó con la cabeza—. A pesar de todo lo que le hicieron esos hombres, nunca soltó la servilleta. Se aferró a ella. Así que pensé que debía de significar algo para ella. Y, bueno..., Crystal no tiene muchos amigos. Así que si no te quiere aquí, ya te lo dirá ella. Puede ser muy borde cuando quiere.

Logré esbozar una sonrisa.

—Sí, ya me he dado cuenta.

Kayla se hundió en una silla. Yo había ido directamente al hospital después de recibir la llamada de Kayla, y llegué media hora después de que trajeran a Crystal. No me habían facilitado ningún detalle del ataque. Solo lo que Kayla me había dicho por teléfono. La vi sacudir la cabeza con lágrimas en los ojos.

—Esto es horrible, sencillamente horrible. —Hipó—. Pobre Crystal. Oh, pobrecita...

La miré, intrigado por saber si ella, esa mujer que parecía ser su amiga, conocería su nombre real. No le pregunté.

—¿Alguna persona en el club conoce a los tipos que le han hecho esto?

Negó con la cabeza.

—No saben sus nombres, pero algunas chicas han podido dar información suficiente para buscarlos. Y Tresh hizo una descripción del vehículo en el que huyeron, aunque no pudo ver la matrícula. —Asentí—. Menos mal que Tresh salió en ese momento.

Hope...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora