«No pierdas la esperanza. No sabes lo que depara el mañana».
Sombra, el barón de la espoleta
Pov. Katniss
La mañana del festival de otoño de Morlea amaneció fresca y fría. No quería salir del capullo caliente que teníamos en la cama de Peeta, pero me preocupaba un poco el hecho de ir al pueblo con él, así que, en vez de negármelo a mí misma, me escabullí de sus brazos y fui a la ducha de puntillas cuando el sol no se había asomado todavía.
Acababa de enjuagarme el champú del pelo cuando Peeta abrió la puerta de vidrio y se metió conmigo en la ducha. Me reí y farfullé sorprendida debajo del agua. Muy pronto, mi risa se transformó en suaves gemidos cuando él se puso a adorar mi cuerpo debajo del agua caliente, lo que me despertó por completo, de la manera más deliciosa posible.
Me puse unos vaqueros con unos rotos estratégicamente situados y un jersey oversize de color vino que estaba decorado con una banda de encaje en el dobladillo. Me tomé mi tiempo con el pelo, para secármelo hasta que los rizos me quedaron sueltos, como le gustaba a Peeta.
—Todo este pelo... —me susurraba en la tranquilidad de la cama que compartíamos—, podría envolverme con él. —Y la forma en la que me lo miraba cuando me lo dejaba suelto y me caía sobre los pechos me hacía sentir la mujer más hermosa de la Tierra.
Cuando salí del cuarto de baño, la sonrisa de Peeta hizo que me alegrara del esfuerzo extra que había volcado en mi apariencia. Sabía que él pensaba que era tan guapa arreglada como con la cara lavada, e incluso que podría preferirme sin maquillaje.
—¿Preparada?
Asentí moviendo la cabeza, y nos cogimos de la mano para salir de la casa. Fuimos en coche al pueblo, donde dejamos la pickup en una extensa zona de hierba que había sido habilitada como aparcamiento para el evento.
Todo el mundo iba hacia el parque donde se había organizado la fiesta, vestidos con vaqueros y jerséis, bufandas y cazadoras ligeras. En el aire flotaba un olor a palomitas de maíz y a caramelo, y apreté la mano de Peeta presa de una emoción que me parecía familiar y, al mismo tiempo, extraña, como si la hubiera experimentado en un tiempo y hubiera olvidado la sensación. ¿Anticipación? ¿Felicidad? Eso era. ¿Había pasado realmente tanto tiempo desde que había sentido esas cosas?
Miré a Peeta, que estaba observando a la gente que nos rodeaba. Luego clavó en mí los ojos y sonrió, aunque había cierto nerviosismo en su expresión. Le apreté la mano, aferrándome a la esperanza que sentía bailar en mis venas. Quizá esto iba a funcionar.
«Por favor, que funcione».
Oí un grito femenino de alegría y me volví para ver a Delly corriendo hacia nosotros, con una sonrisa tan grande como sus brazos abiertos. Me reí, sorprendida, cuando me estrechó en un abrazo, chillando de nuevo, para luego soltarme y aplastar a Peeta, que también sonrió y le devolvió el gesto de afecto.
—¡Por favor! ¿Podría ser un día mejor? —preguntó ella, dando un paso atrás con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Sus rizos le enmarcaban la cara. Llevaba unos vaqueros oscuros y un jersey blanco. Completaban su atuendo unas botas marrones de caña alta y un pañuelo de tonos verdes, naranjas y amarillos que se había puesto alrededor del cuello con la precisión de una experta. Su aspecto era elegante y bonito, igual que si fuera la modelo de la portada de una revista de moda de otoño.
Miré mi propia ropa, con la que tan feliz me sentía tan solo media hora antes, y de repente me pareció barata y de mal gusto. No se me había ocurrido comprar ropa nueva. Me moví nerviosa, como queriendo ocultarme detrás de Peeta, pero obligándome a no hacerlo.

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Hope...
Любовные романыHope Si, la esperanza es lo último que muere. Pero si ya está muerta ¿es posible que renzaca como el fénix?