«Todo va a ir bien. Quizá no hoy, pero sí con el tiempo.
¿Verdad?».
Bala, el caballero de los gorriones
Pov. Crystal
Salí del escenario, pero no empecé a cojear hasta que estuve fuera de la vista.
—¡Maldita ampolla! —murmuré. Había tenido que ir a todas partes andando durante los dos últimos días, y la ampolla que me había salido el día que el coche se detuvo todavía no había podido curarse. Supuse que mi trabajo como bailarina no requería de demasiadas filigranas: a fin de cuentas, los cerdos que venían a La perla de platino se contentaban con unos cuantos movimientos bruscos de caderas. Sin embargo, me gustaba el desafío que suponía innovar una nueva coreografía de vez en cuando. No por ellos, sino por mí.
Acababa de dejar el dinero de las propinas en mi taquilla cuando oí unos gritos procedentes del despacho de Snow que retumbaban en el pasillo. La puerta estaba abierta, y Kayla estaba dentro, de pie delante del escritorio, mientras él andaba a su alrededor.
—A mí me parece que has ganado mucho más de cinco kilos —decía él, mirándola de arriba abajo con expresión de disgusto. Alargó la mano y le apretó el culo. Debió de hacerlo con fuerza, porque Kayla pegó un brinco y soltó un gritito. Tenía una expresión de vergüenza y el cuello rojo.
—Estoy pasando por un mal momento, Snow —se disculpó ella—. Mi novio me ha dejado y...
—No me extraña, puta. —Levantó las manos en el aire—. ¿Quién quiere una novia con el culo gordo?
Kayla hizo una mueca mientras se miraba los pies.
—¿De verdad piensas que puedes ponerte a dar consejos a alguien sobre dietas? —pregunté cruzando los brazos mientras miraba fijamente su enorme barriga.
Snow sonrió.
—No soy yo quien mueve el culo ahí dentro para los clientes. Ninguna de vosotras sois más que tetas y culos, así que manteneos en forma. —Se volvió hacia Kayla—. Tienes un mes para perder ese peso de más o tendrás que buscarte otro club. Si es que te contratan en otro sitio. Y, por cierto, Crystal, a ver si dejas de comportarte como una puta bruja con los clientes. A los hombres nos gustan las mujeres cálidas y amables, no las reinas de hielo. Fuera las dos.
Kayla se acercó a mí, abatida, y mientras la veía llegar me sentí enferma y llena de rabia impotente.
«A los hombres nos gustan las mujeres cálidas y amables, no las reinas de hielo».
Pero Snow se equivocaba: a los hombres les importaba una mierda que una mujer fuera amable siempre y cuando dejara que tocaran su cuerpo. Su corazón no les importaba. Kayla me miró y me hizo una seña con la cabeza. Supe que mi expresión debía de indicar que estaba considerando volver a responder a Snow.
«Capullo desagradable».
La idea era tentadora, pero sabía que todo lo que dijera solo serviría para empeorar las cosas para Kayla y para mí. Necesitábamos ese trabajo de mierda. Así que apreté los labios y seguí a mi compañera al camerino. Cuando cerré la puerta, solté un gruñido, cogí la papelera que había junto a la puerta y la lancé contra la pared. El plástico no hizo el ruido suficiente para satisfacerme cuando cayó al suelo, boca arriba, como si la hubiera colocado allí. Lo único que había logrado era reubicarla.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó Kayla con sarcasmo mientras se hundía en el sofá.
—Es un puto idiota —murmuré—. ¿Estás bien?
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Hope...
RomanceHope Si, la esperanza es lo último que muere. Pero si ya está muerta ¿es posible que renzaca como el fénix?